Fuera de España estos horarios no tienen ningún sentido. Mejor dicho: aquí tampoco lo tienen, pero los respeta todo el mundo. No es por tradición ni por una singularidad española libremente adoptada: es que nuestros relojes están mal. Hace ochenta años el país se divorció de su huso horario y desde entonces comemos y cenamos tan tarde que nuestro sueño, productividad y tiempo de ocio sufren un permanente jet lag.
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