El veredicto es: Los alimentos no generan disparidades nutricionales en los Estados Unidos de la manera que pensamos. Para los padres que crían a sus hijos en la pobreza, tener que decir “no” es parte de la vida diaria. Sus circunstancias financieras los forzaron a negar todo el tiempo las solicitudes de sus hijos, por ejemplo, de un nuevo par de Nike, o de un viaje a Disneyland y los deja sintiéndose culpables. De todas las cosas que los padres pobres no podían permitirse, la comida chatarra era algo a lo que a menudo podían decir que “sí".
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