Romano tenía 29 años cuando decidió abandonar su Italia de nacimiento para trasladarse a España a ampliar sus estudios de ingeniería informática. Su padre –profesor universitario– y su madre –médico– le pasaban 3.000 euros todos los meses para sus gastos. El joven, que vio el cielo abierto con tanto dinero para gastar y sin apenas control parental, se enganchó a la cocaína. Conoció a unos colombianos a los que comprarle el material y empezó una vida de desenfreno muy alejada de la que había conocido en Italia.
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