En los últimos años, la democracia occidental se ha visto desafiada por una fuerza que no proviene de ideologías externas, sino de una de sus propias raíces culturales: el integrismo nacionalista cristiano. Esta corriente, que combina fundamentalismo religioso, nacionalismo excluyente y esencialismo moral, está erosionando los pilares fundamentales del orden democrático: el pluralismo, la igualdad ante la ley y el respeto a los derechos humanos.
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