Después del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 se impuso el lugar común de que nadie había visto venir la crisis económica. No era cierto. Un puñado de economistas y académicos, ligados en gran parte a movimientos ecologistas o de estudios urbanos, habían advertido ya de la insostenibilidad del mapa del lucro que, vertebrado en España por autopistas y radiales, había anticipado la crisis del crédito inmobiliario.
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