El enfado, la indignación, la repulsa y el hartazgo están muy bien. Pero solo participa quien vota. El que no lo hace, apoya lo que repudia. La abstención se traduce en favor de los partidos tradicionales. Y de eso no podríamos quejarnos. Tiene culpa quien puede cambiar las cosas y no lo hace. Tenemos la libertad extraordinaria de votar. Es una cobardía quedarse en casa cuando se pueden hacer cambios en las urnas.
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