El problema contra el que se enfrentaba el gobierno griego una vez elegido era el de emprender una reforma en profundidad de las instituciones y el sistema político, imprescindible para cambiar la correlación de fuerzas entre clases sociales, y por otro lado, aliviar la presión externa ejercida por el sistema institucional de la UE y el Euro. Para poder abordar lo primero se pensó en que lo prioritario era ganar tiempo en lo segundo.
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