Quienes trasladamos nuestras opiniones y tenemos la vana aspiración de aportar elementos al debate público asumimos un supuesto excesivamente simple. La gente atiende a buenos argumentos. Creemos que el mejor argumento, el más cabal y razonado, el que reúne la evidencia más sólida, prevalecerá frente planteamientos falaces, débilmente razonados o desprovistos de fundamentación empírica.
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