El tradicional joyero de la abuela en el que se depositaban diamantes, anillos, pendientes o collares de oro y plata, tesoros de la familia heredados generación tras generación, están en peligro de extinción. Aquella melodía triste que deslumbraba a los nietos al abrir la valiosa caja o la bailarina que giraba dando vueltas hasta que se acabara la cuerda forman ya parte de un pasado que a los millenials más jóvenes, quizás, ni les suene.
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