Alguien nos ha hecho creer que, tras treinta y ocho años de democracia, somos un país maduro.Porque no deja de resultar curioso que los colectivos católicos sientan herida su sensibilidad y puedan llevar a los tribunales a individuos mientras que el resto de ciudadanos no hemos sentado aún a los líderes religiosos en un banquillo cuando hieren nuestra sensibilidad con declaraciones contra la homosexualidad, el aborto, la reproducción asistida, o acusando a los menores de provocar el abuso sexual.
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