No es cierto que en El odio, el libro de Luisgé Martín en el que José Bretón confiesa el asesinato de sus hijos, el autor sólo interrogue al asesino y a nadie más. Es verdad que no acude a Ruth Ortiz, la madre de los niños que se enterará por la prensa de la salida de tan peculiar volumen. Es verdad que no habla tampoco con nadie de su entorno, familiares, amistades, vecinos. Ni con ninguno de los policías e investigadores del caso, cuyas declaraciones recoge de informes y testificaciones públicas. Pero sí pregunta a un grafólogo.
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