Los padres fundadores siempre desconfiaron un poco de esto de la democracia. Los votantes, decían, eran propensos a sufrir ataques de entusiasmo o histeria colectiva de manera impredecible. En unas elecciones, siempre había un riesgo de que un demagogo avivara las pasiones del vulgo y acabara imponiéndose a base de mentiras, manipulaciones, y otras maldades parecidas. Para proteger al pueblo de sí mismo, los americanos no escogen a su presidente de forma directa. Cuando llegan las elecciones, en realidad votan por una lista (...)
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