Yo no quiero ser independentista, no lo he querido nunca. He vivido la parte final y no por ello menos trágica de la dictadura del caudillo, cuyos descendientes campan aún por sus anchas en este País en donde no puedes ondear banderas salvo que sean nacionales con o sin aguilucho que tanto da, o que las esvásticas, penalizadas en toda la Europa democrática, aquí sean sólo travesuras de cadetes fachas.
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