Hace 2 años | Por Andaui a jotdown.es
Publicado hace 2 años por Andaui a jotdown.es

Si hubieras entrado en la Tate Modern gallery de Londres en 2010, y cogido una de las pipas de girasol hechas a mano, una a una, por los ceramistas chinos, tendrías un fragmento de una obra de arte de Ai Weiwei. Pues bien, 1000 años de alegrías y penas es como una de esas pipas de girasol. No unas memorias, aunque lleven ese subtítulo. No una biografía, aunque eso nos ayude a comprender qué son. Podría ser también una novela experimental, un ensayo, un recorrido histórico, porque su texto trasciende los géneros.

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Padre e hijo comparten además una universalidad común, el viaje al extranjero. Residen, en diferentes momentos, en dos ciudades referentes del arte. Ai Qing el París de las vanguardias, Ai Weiwei el Nueva York de Jean Michael Basquiat y Keith Haring. En ambos el sentimiento de separación y orfandad es pleno, la sensación de todo exilado, que se agranda en un oriental por el abismo entre nuestras culturas. Los dos van en pos de ser pintores, los dos enfrentan esa ruptura, y los dos encuentran una realización personal que no tiene que ver con la búsqueda original. Permitiéndonos asistir al proceso de desarrollo de un artista.