Aunque ahora se pueda llegar a considerar brutalista cualquier edificio grande de hormigón rugoso, cuando apareció esta corriente arquitectónica la apuesta iba mucho más allá: implicaba cierto compromiso con la profesión, un modo concreto de hacer las cosas. Madrid, adonde llegaban las novedades mundiales en torno a la arquitectura a través de las revistas especializadas del momento, no se libró de esta línea constructiva que a nadie pasa desapercibida.
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