Hace algunos años, cuando yo aún estudiaba en la universidad, mi abuela se permitió el lujo de venir a vivir a casa, no sin antes esgrimir unos cuantos “¿Dónde mejor que en mi casa?” o “Si yo estoy bien aquí sola” en una serie de debates que llegaron a ser desesperantes, hasta que la fuerza de la gravedad le demostró que no, que no estaba mejor sola.