Hace 4 años | Por TribunaVioleta a elpais.com
Publicado hace 4 años por TribunaVioleta a elpais.com

Esta primavera celebramos los libros al estilo cervantino: encerrados en nuestros cuartos, engalanando las horas con imaginación y lecturas. En nuestros anaqueles, en nuestras fieles bibliotecas, cada volumen es un umbral que ningún confinamiento impide traspasar. Don Quijote y Sancho montaron en el inmóvil Clavileño, un mágico caballo de madera, y soñaron que galopaban por el firmamento entre rebaños de estrellas. A lomos de nuestros clavileños de papel, cabalgamos desde el sillón hacia desconocidas lejanías. En la literatura exploramos...

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TribunaVioleta

... nuestros deseos y todas las vidas posibles, pero también las cicatrices que deja cada crisis, cada epidemia, cada desgracia que hiere la piel de los sueños humanos. En ella aprendemos que no hay nada nuevo bajo las sombras, tampoco hoy.

Apenas podemos reconstruir el mundo previo a los libros, el paisaje anterior a las letras. Y, sin embargo, la etapa oral de la humanidad fue muchísimo más larga que nuestra vida entre libros, que por ahora dura solo unos cinco mil años. Antes de la invención de la escritura, el único archivo posible era la memoria. Durante los largos milenios de oralidad, cada persona poseía un pequeño bagaje de información y relatos: era en sí mismo una biblioteca mínima. Nuestros antepasados cultivaban memorias prodigiosas, eran atletas del recuerdo. Pero los conocimientos que la mente puede albergar son limitados y, por eso, la escritura se inventó para retar al olvido, para evitar que cada generación tuviera que volver a empezar fatigosamente desde el principio, inventando sus leyes y sus leyendas, sus creencias, sus conocimientos técnicos: su identidad.