La revolución agrícola conlleva, además de la «domesticación» del mundo vegetal y animal, la manipulación de las especies para adecuarlas al consumo humano. De hecho, las frutas y verduras que compramos en las fruterías o supermercados no se parecen prácticamente nada a las que cultivaron nuestros antepasados hace miles de años. Por ejemplo, la banana silvestre se cultivó por primera vez hace 7.000 años en Papúa Nueva Guinea y contenía en su interior una semillas duras y grandes y su color era mucho más verdoso que el de ahora.
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