El abogado y retórico romano Quintiliano consideraba que el mayor orador de su tiempo fue Domicio Afer, hombre de palabra lenta pero grave, de pasión contenida pero trufada de cómico ingenio y que, al fin y al cabo, había sido maestro suyo. Afer, responsable de acusar a la madre de Calígula en un célebre proceso, se vio comprometido cuando el hijo llegó a emperador, aunque salvó la vida al fingir que el otro le ganaba en oratoria ante el Senado.
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