Hace 2 años | Por tiopio a ifc.dpz.es
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Cuando cruzaba el ecuador de las cuatro décadas de vigencia del régimen (1936‐75), el franquismo sufrió una crisis, un cambio de rumbo, connotado por el definitivo declive del falangismo como hilo conductor y el progresivo encumbramiento de la nueva corriente tecnocrática. La larga pugna entre el sector tradicionalista (Carrero, Iturmendi, López Rodó, Arbor)1 y el falangista (Ruiz‐Giménez, Laín, Tovar, Sánchez Bella, Artajo) 2 se saldará, tras los sucesos de febrero de 1956, con la salida de Ruiz‐Giménez y Fernández Cuesta.

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Aunque el exministro de Educación declaró que «cualquier parecido con la realidad era mera coincidencia», es decir, que no tenían nada que ver el cese simultáneo, todos sabían que Franco había aplicado su sentido del equilibrio sacando del Gobierno a las cabezas de los dos estilos de falangismo: el ortodoxo y el falangismo liberal. paradójicamente, esta defenestración abrió un periodo de esperanza al encargar Franco a otro falangista, Arrese, la elaboración de un corpus legislativo para los siguientes diez años. Fue un año, de febrero a febrero, en el que la ilusión renacida dio paso a la amargura de la derrota. Pareció repetirse en doce meses el proceso vivido en veinte años: ascenso de Falange, que copa la dirección del Estado Nuevo; vaciamiento de la sustancia falangista en el constructo del Movimiento; declive final. Para entender la reacción de los sectores de Falange, una vez lanzado el proyecto Arrese, sucesor de Fernández Cuesta en la Secretaría General del Movimiento y en el ministerio, conviene examinar primero las razones que llevaron al país a ese punto de paroxismo.
La confrontación entre los sectores tradicionalistas y falangista había tenido su punto álgido en torno a 1950 cuando Calvo Serer y Laín, cada uno atrincherado en su revista (Arbor y Revista del Instituto de Estudios Políticos), habían contendido sobre el ser de España (con problema o sin problema) y las soluciones que cada grupo (inclusivos y excluyentes) puso sobre la mesa (aglutinar lo mejor de las energías de los españoles, de uno y otro bando; o el contenido en el lema de: «España, o será católica, o no será»). Los años posteriores fueron de debilitación de los dos grupos, el falangista por el desgaste de Ruiz‐Giménez en su tarea de ministro desde 1951; el grupo Arbor con la caída en desgracia de Calvo Serer, su inspirador y motor, tras la publicación de su famoso artículo en Écrits de Paris (XI/53).