Cuando encontraron muerto al niño Julen -cuando todo el país se asomaba a sus televisiones entre el terror y este morbo malsano que ya es seña nuestra-, a Benjamín Prado le dio por escribir un poemita de los suyos, justo a tiempo (...) De alguna manera, el autor sintió que tenía que dulcificarnos enseguida -en riguroso directo- una realidad tan cruda. Encontrarle un lado positivo. Sintió que necesitábamos de su cursilería en producción instantánea. Más allá de la bajeza y del oportunismo, el poema no sólo era malo, sino que era mentira.
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