En 1618, la conocida como Conjuración de Venecia obligó al escritor a huir disfrazado de mendigo para salvarse de una caza al extranjero. Francisco de Quevedo alcanzó la posteridad literaria, pero eso no quiere decir que a lo largo de su vida no buscara también otro tipo de gloria más mundana y terrenal. Cojo y miope, difícilmente podía hacerlo en el campo de batalla. Así que no le quedó otro camino que utilizar su portentosa inteligencia para trabajar como un verdadero agente secreto.
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