(...) los rincones más remotos de Francia, los Alpes y los Pirineos, se antojaban inhóspitos y vulgares a la mayoría de su población. Acudir a sus escarpadas montañas equivalía a adentrarse en terrenos misteriosos, oscuros y, en muchos sentidos, pobres. En lo material y en lo espiritual. El carácter acaso cerrado de sus gentes, lo romo de sus cultivos y la dureza de las condiciones meteorológicas contribuían a forjar tal impresión. También los testimonios de aquellos exploradores o viajantes que de tanto en cuanto se adentraban por allí.
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