Hace 9 años | Por gokurako a ratonchica.com
Publicado hace 9 años por gokurako a ratonchica.com

Hombres buenos es un homenaje de Arturo Pérez-Reverte a sus compañeros de la Real Academia de la Lengua Española y, en cierto modo, una clase magistral de creación literaria a sus lectores. Es una obra que llama la atención por su madurez en el tema y en la forma de redactar, así como por su calidad narrativa (está muy bien escrita). Quizás desde este punto de vista, Hombres buenos sea la mejor obra de Pérez-Reverte.

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Un análisis del hombre
Carlos H Vázquez – gonzoo.com – 08/06/2015

No es Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) un tipo al que amen por igual jóvenes y adultos. No. Lo miran por televisión y se quedan un rato esperando a que el escritor suelte por su boca el titular. Después, cambian de canal, esperando la repercusión de su pesada palabra.

En ‘Hombres buenos’ (Alfaguara, 2015), Pérez-Reverte, basándose en la historia real —una especial de odisea homérica— del bibliotecario don Hermógenes Molina y del almirante don Pedro Zárate cuando fueron enviados a París para conseguir los veintiocho volúmenes de la ‘Encyclopédie’ de D’Alembert y Diderot, prohibida en España, se enzarza en la batalla perdida de la peripecia por la libertad mediante las luces de los libros y las sombras de los ignaros. Una historia que no es nueva si se analiza la sociedad y cómo el hombre, como declaró Plauto y popularizó el filósofo Thomas Hobbes, es un lobo para el hombre.

La sangre siempre ha gustado (sobre todo, los mártires). Más de uno estará esperando la caída de Arturo Pérez-Reverte. Algún enemigo de esos que no leyeron su obra pero que tienen suficiente con odiarle porque todos lo hacen. «Quien no tiene enemigos, o nubes de amenaza en el horizonte, corre el riesgo de dormirse y que el temporal lo encuentre así. Quien no tiene enemigos no sabe lo que se pierde», teoriza con conocimiento este hombre que vivió las guerras en primera persona y el linchamiento en carnes propias.

¿Será que ya no quedan héroes sino villanos? «Al contrario». dice. «En un mundo de villanos es donde mejor se aprecia la virtud de los héroes. Un mundo sin villanos sería asquerosamente aburrido. Nos convertiría en corderitos benévolos. Los villanos, paradójicamente, hacen surgir héroes. Esa es la gran aportación del villano a la historia de la humanidad», añade. De nuevo, otra teoría que respalda la dicotomía de los contrarios y la utilidad vital de cada uno dentro de la propia idiosincrasia. Pero están los que no tienen o no quieren tener enemigos. Llámense pacifistas o como se quiera, pero gente que carece de enemigos y, por consiguiente, de una manera de estar alerta. Alguien así, tanto si se es Arturo Pérez-Reverte o no, bien podría medirse por sus enemigos. «Yo siempre deseo a quienes amo que tengan enemigos. Un enemigo es algo útil, porque te mantiene lúcido y en vigilia constante». No es hablar ya de la necesidad de tenerlos, sino de encontrárselos por el camino de manera natural, por el desarrollo humano y por formarse un contrario de lo que es uno. El Némesis, el contrario, la sombra del sol. «Si quieres tener enemigos, supera a tus amigos; si quieres tener amigos, deja que tus amigos te superen», que diría François de la Rochefoucauld.

Hay personas despreciables y grandes humanos, aunque el clamor popular, irónicamente, acuse la falta de estos últimos buenos samaritanos. Se demuestra el hecho, de manera empírica, cuando la imagen de un perro maltratado toca más fibras que la de una pelea entre bandas en el metro. Cosa del costumbrismo, será. «Ningún ser humano vale lo que un buen perro». De ser así, y después de haber leído ‘Perros e hijos de perra’ (Alfaguara, 2014), ¿siente Arturo Pérez-Reverte aprensión por el ser humano? Habiendo buenos y malos hombres, a fin de cuentas, «el ser humano es el animal más peligroso que conozco, y a menudo puede ser también, si se le deja, el más despreciable», dice antes de analizar el porqué de su frase, partiendo de los códigos éticos de los perros en comparación con el código ético de los humanos: «Deberíamos aprender códigos éticos de los buenos perros. No hay lealtad, inteligencia ni constancia tan admirables como las de esos animales».

Incluso se alegran, aunque a la chita callando, los que ven caer al caído (valga la redundancia). Está mal visto expresarlo de cara al público pero no de dientes para adentro, como el catalán durante el franquismo. «Siempre dije que cuando desaparece un ser humano, puede desaparecer una buena persona o un perfecto malvado; pero cuando desaparece un buen perro, el mundo se torna más triste, más oscuro y menos noble». Concluye así, sin titubeos, marcando una línea clara entre el animal noble y el hombre.

Dentro de la gente que lo aprecia, cabe saber si Pérez-Reverte se siente sobrevalorado. Él no duda en responder afirmativamente que se siente «sobrevalorado con frecuencia», pero, por otra parte, en su entorno más personal y por lo general, «la vida, los amigos y los lectores han sido muy generosos conmigo». Bastaría con sentirse bien consigo mismo, sin reparar demasiado en la corrección política, para seguir adelante, sin cuestionarse.

Como un forastero en tierra patria, Arturo Pérez-Reverte regurgita opiniones sin compasión. Bueno, tal vez sea un extraño en un país donde lo políticamente correcto queda de puertas para fuera y la incorrección política, como se dice, en familia (otra vez la protección de casa cuando se opina a contrapelo). El protagonista de este reportaje, no se siente, de todas formas, un forastero. Al contrario. «Cuando escribo, procuro hacerlo de algo que conozco bien. Para obtener esa nacionalidad dedico muchas horas anteriores a conocer la materia de la que voy tratar. Para mí, escribir una novela es transitar felizmente por un mundo conocido», reconoce.

Sin embargo, ¿qué opinión le merece que alguien como Belén Esteban ‘escriba’ libros y sea, teóricamente, número uno en ventas? Antes de nada, aclara que «no es cierto que fuera número uno. Vi los informes Nielsen y resultó ser una mentira publicitaria de la editorial». Pero aun así, Belén Estaban, para bien o para mal, y como bien sabe el escritor, «vendió muchos libros». Es, entonces, cuando dispara la bala solitaria en la recámara dispuesto a dar sin miedo a represalias por parte del populacho: «Supongo que cada lector tiene el tipo de autor que se merece».

En el oficio del periodismo, la corrupción más acusada es la manipulación de la información. «En cierto modo, manipular es una forma de corromper». Pero como en el apartado del lector que tiene el tipo de autor que se merece, recuerda que «el más fácil de manipular es quien menos cultura crítica tiene. Eso quiere decir que, sin víctimas fáciles de la corrupción, no habría corruptores». Bordeando, otra vez, los contrarios y Némesis, el escritor llega a la siguiente conclusión: «Sin ovejas dispuestas a ser esquiladas o degolladas, no habría esquiladores ni lobos carniceros. Quienes se dejan manipular, son incluso más culpables que los manipuladores y los corruptos, pues les dan la mitad del trabajo hecho». ¿Tropieza más de dos veces, la persona, con la misma piedra? La primera vez puede ser por equivocación, la segunda por aceptación, pero la tercera podría ser ya por puro vicio, sobre todo en el periodismo y desde las facultades.

Existe una discusión sobre si la universidad es útil para el periodismo. Es obvio que hay carreras que necesitan de una base, como pasa con la medicina, pero en cuanto al periodismo, no todo el mundo se pone de acuerdo. Arturo Pérez-Reverte cree que «el periodismo es un dignísimo oficio al que la universidad no aporta nada directo. Se aprende ejerciéndolo junto a viejos y buenos maestros». Lo que sí hace falta, sigue explicando, «es que el periodista tenga una formación cultural adecuada. Pero para eso, y por desgracia en España resulta muy evidente, la universidad no garantiza nada».

Queda, al final, el poder de la imaginación. La realidad en la ficción como única remesa de posibles para subsistir en una sociedad que cuenta las verdades a la espalda y es hipócrita a su manera. Arturo Pérez-Reverte dice que no reza, por supuesto, pero se encomienda a la pujanza de la lengua ya que «el poder de la palabra no existe si no hay una imaginación poderosa que lo sustente».