“El Prince of Wales será el mejor elemento disuasorio posible”. Así de rotundo se mostró Churchill al defender su envío a aguas del sudeste asiático a finales de 1941. La confianza parecía estar fundamentada, en mayo ya había participado en un duro combate con el célebre Bismarck. Su hundimiento certificó que la aviación era letal contra los acorazados, los grandes señores de la guerra en el mar hasta ese momento. Los nuevos reyes de las batallas navales iban a ser los portaaviones, como se iba a demostrar muy pronto en el frente del Pacífico.
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