En la época en que los samurái ejercían su poder por todo Japón, los designios políticos del Shogun obligaban a los líderes de cada clan territorial a visitar su capital en Edo, la actual Tokio, al menos una vez al año, creando la necesidad de establecer pueblos en las rutas a Edo para que los señores feudales pudieran descansar. Naraijuku es uno de los mejor conservados.