Cuando un español entra en un supermercado alemán cualquiera, más allá de la ingente variedad de wurst y de embutidos gelatinosos, lo que más le suele sorprender es encontrarse con la estantería de los aceites y darse de bruces con hileras e hileras de botellas llenas de un líquido dorado y etiquetadas con la palabra Rapsöl y con una fotografía de unas flores amarillas. No puede ser. ¿Es? Efectivamente, ¡aceite de colza! ¿Qué pasa, que los alemanes no saben lo tóxico que es?
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