A partir del verano de 1950, los investigadores soviéticos reclutaron a potenciales cosmonautas caninos conduciendo a través de las calles de Moscú y dando pequeños trozos de salchichas a los perros callejeros. Los reclutas más prometedores eran de la talla correcta, dóciles, de color claro y hembras, una ventaja en parte porque no se sentirían obligados a levantar las piernas para orinar, lo que podría causar un gran lío en la microgravedad.