Las riquezas de la Iglesia cristiana ortodoxa griega pertenecen al pueblo griego y no a sus acreedores. Como los revolucionarios franceses de 1789 que nacionalizaron las pertenencias de la Iglesia católica, el pueblo griego puede legítimamente considerar que las riquezas eclesiásticas han sido acumuladas por el trabajo de los griegos y entonces son de ellos. De esta manera se evitaría la exclavitud a la que se va a someter a los griegos mientras la iglesia acumula tesoros pagados y mantenidos por los propios griegos.
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