En pleno siglo XVII se puede decir que la muerte llegó a ser “el centro de la vida”, pues tal era la preocupación para alcanzar dicho estado de acuerdo a las recomendaciones de la Iglesia. Cuando tal acontecimiento llegaba, era preciso dejar el cuerpo y salvar el alma. A la muerte se la recibía en la cama, rodeado de parientes y un sacerdote, momento en el que se debían redactar las últimas voluntades, siendo una de ellas la renuncia a varios bienes terrenales a favor de alguna obra pía o capellanía...
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