Esta economía "sumergida" estaba formada no siempre por los gánsteres que podríamos imaginarnos, sino también por vecinos que conocían bien los caminos y el comportamiento de las autoridades: "El contrabandista será un ladrón, incluso un criminal para el gobierno defraudado que le persigue, y a la vez, un ciudadano honrado, integrado, incluso admirado en el seno de su propia comunidad". De hecho, en ocasiones familias enteras recurrían a esta práctica como estrategia de supervivencia.
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