Una cosa es leer (juntar letras y palabras) y otra entender lo que se lee. En la escuela aprendemos a hacer ambas cosas, pero mientras que es muy sencillo para cualquier docente o padre dilucidar si nuestra “mecánica” lectora es buena o mala (simplemente observando cómo leemos en voz alta, o calculando el tiempo que nos lleva leer determinados pasajes), el grado de comprensión de lo leído no siempre es fácil de detectar.
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