Las abadías llegaron a poseer y a controlar ciertas áreas geográficas (normalmente, tierras que les legaban sus benefactores al morir); y, a veces, transferían su autoridad a instituciones inferiores de esa misma zona, como un priorato (similar a una abadía, pero más pequeño) o un monasterio todavía más modesto. La fortuna de las abadías procedía de las rentas que cobraban por las tierras de su propiedad, las donaciones, los mercados que pudiesen organizar, las deducciones fiscales y la venta de los productos que producían, que abarcaban desde
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(Ya cierro yo)
(No cierres, ya me voy contigo)