Literatos, celebridades, inventores, herederas, actores, pero también gente corriente se resisten a veces a abandonar este mundo sin que sus últimas voluntades garanticen que el “Nunca te olvidaremos” de rigor sea inesperado, esperpéntico y a veces insultante para sus deudos. Mientras que la mayoría de los testamentos tienen el objetivo de asegurarnos de que nuestros asuntos financieros sean resueltos después de nuestra muerte, algunas personas los han utilizado para causar daño o levantar una sonrisa desde más allá de la tumba.
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Así fue para el poeta alemán Heinrich Heine, quien en 1856 dejó su patrimonio a su esposa Matilda con la condición de que se volviera a casar, para que «haya al menos un hombre que lamente mi muerte».
Joder, el artículo es muy bueno y recoge bastantes ejemplos, meneazo.