En este mes de abril de 2018 se cumplen 50 años del asesinato de Martin Luther King. Lo habitual en estos casos es sumarse al panegírico, para glosar los méritos de quien, además, tiene para muchos la cualidad añadida de un mártir, incluso en su sentido trascendente. Sin embargo, creo que un elemental respeto a la realidad nos obliga a abandonar ese tono que, en el fondo, esconde a duras penas una cierta autocomplacencia (es decir, el buen pastor King). Y me parece difícil negar que estamos en buen medida ante la constatación de un fracaso
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