“Se ha dejado de ir a misa el domingo para ir al Museo Reina Sofía, en procesión. La gente necesita transcender y soñar; si no tienen un horizonte, tomarán otro o lo inventarán”. El arte, pero también el no-arte, se ha fosilizado en una suerte mercadotécnica, nostálgica y sin una raíz sólida para fomentarse, sin caer en un credo o sermón cultural institucionalizado. Del escándalo al museo, la vanguardia se ha convertido en un viejo y trasnochado rockero.
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