Después de su victoria en las Termópilas, el monarca se sintió libre de avanzar con su mastodóntico ejército hacia Atenas e iniciar el saqueo del Ática arrasando los santuarios de la Acrópolis ateniense. Ninguno de los autores griegos que le presentaban como un hombre débil, mujeriego y controlado por los eunucos podían disimular que, en verdad, sentían fascinación por sus riquezas y su poder
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