Un libro ha reunido los recuerdos y testimonios de los españoles que emigraron a Bélgica a mediados del siglo pasado. Tuvieron sus bares, sus equipos de fútbol -porque los locales eran muy malos, decían- y hasta su propia rumba. También pudieron expresar por primera vez sus ideas políticas, besarse por la calle y otras libertades que no conocían.