“Políticamente hay dos formas de entender la vida pública, de estar en un pueblo, dos formas de Estado”. Así arrancaba un editorial publicado en el órgano valenciano de Falange en mayo de 1939, solo unas semanas después del fin de la Guerra Civil. El texto seguía: una era la manera “viril, con serenidad y jerarquía” y la otra era “pasional, afeminada, zigzagueante e histérica”. Esta manera de contraponer dos mundos no fue una excepción, sino la forma en la que los falangistas dejaron claro cuál debían dejar atrás.
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