Mi papi era sastre y de vez en cuando hasta ganaba dieciocho dólares a la semana. Con todo, no era un sastre normal. El récord que estableció de ser el sastre más inepto que jamás produjo Yorkville no ha sido nunca superado. En este terreno podrían incluirse también algunas zonas de Brooklyn y del mismo Bronx.
La idea de que papi era un sastre constituía una opinión que únicamente era defendida por él. Sus clientes lo conocían como «el mal entallado Sam». Era el único sastre de quien he oído decir que rechazara emplear la cinta métrica. Él sostenía que una cinta métrica podía estar muy bien para un enterrador, pero no para un sastre que tuviera el ojo infalible de un águila. Insistía en que una cinta métrica era una simple muestra de vacilación y un absurdo completo, añadiendo que si un sastre tenía que medir a un hombre nunca podría ser un sastre de primera categoría. Mi papi alardeaba de que él podía sacar las medidas de un hombre con sólo mirarlo y hacerle un traje perfecto. Los resultados de sus apreciaciones eran tan precisos como las predicciones de Chamberlain acerca de Hitler.
Todos nuestros vecinos eran clientes de papi. Era fácil reconocerlos por la calle, ya que todos andaban con una pierna del pantalón más corta que la otra, una manga más larga que la otra o el cuello del abrigo sin decidirse por qué lado asentarse. El resultado inevitable era que mi padre nunca tenía dos veces al mismo cliente. Esto significaba que tenía que estar constantemente a la búsqueda de un nuevo negocio y, a medida que nuestro vecindario se iba poblando de gente vestida con trajes mal entallados, tenía que buscar sectores donde no lo hubiera precedido su reputación. Recorrió diversos sitios a lo largo y a lo ancho: trabajó en Hoboken, en Passaic, en Nyack e incluso más lejos. Cuando aumentaba su reputación, se veía obligado a alejarse más y más de su base hogareña a fin de cazar nuevas víctimas. Muchas semanas sus gastos de locomoción eran mayores que sus ingresos. Además, sus callos y juanetes, atendidos por uno de mis tíos favoritos, el talentudo doctor Krinkler, eran mayores que ambas cosas.
Cómo se las arreglaba mi madre constituye un misterio que supera cualquier explicación. Alexander Hamilton puede haber sido el mejor secretario de la tesorería, pero me habría gustado verle desempeñando el trabajo de mi madre con la misma habilidad con que ella lo desempeñaba.
Groucho Marx, "Groucho y yo."
No, la juventud no es un examen, ni una prueba, ni un entrenamiento para la vida que vendrá luego. Es la vida misma. No lo olvidéis nunca.
Doctor Zhivago. Boris Pasternak
A veces la autoridad religiosa tiene utilidades inesperadas: el papa Silvestre II extendió el uso del cero en Occidente mediante diversos decretos y consejos.
En realidad, Silvestre II era el famoso matemático Gerberto de Aurillac, que llegó a Papa por vicisitudes diversas y aprovechó para esto su pontificado.
La sonrisa de Pitágoras. Lamberto García de Cid.
La Guardia Nacional, que desde dos meses atrás practicaba con gran lujo de precauciones prudentes reconocimientos en los bosques vecinos, fusilando a veces a sus propios centinelas y aprestándose al combate cuando un conejo hacía crujir la hojarasca, se retiró a sus hogares. Las armas, los uniformes, todos los mortíferos arreos que hasta entonces derramaron el terror sobre las carreteras nacionales, entre leguas a la redonda, desaparecieron de repente.
Los últimos soldados franceses acababan de atravesar el Sena buscando el camino de Pont-Audemer por Saint-Severt y Bourg-Achard, y su general iba tras ellos entre dos de sus ayudantes, a pie, desalentado porque no podía intentar nada con jirones de un ejército deshecho y enloquecido por el terrible desastre de un pueblo acostumbrado a vencer y al presente vencido, sin gloria ni desquite, a pesar de su bravura legendaria.
Una calma profunda, una terrible y silenciosa inquietud, abrumaron a la población. Muchos burgueses acomodados, entumecidos en el comercio, esperaban ansiosamente a los invasores, con el temor de que juzgasen armas de combate un asador y un cuchillo de cocina.
La vida se paralizó, se cerraron las tiendas, las calles enmudecieron. De tarde en tarde un transeúnte, acobardado por aquel mortal silencio,al deslizarse rápidamente, rozaba el revoco de las fachadas.
La zozobra, la incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una vez, el invasor.
"Bola de sebo" de Guy de Maupassant.
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos
taparon su cara
con un blanco lienzo;
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos…!
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¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!
Gustav Adolf Becker
;-)
En la mesa, a mi lado, brillaba una lámpara y cerca de ella había una pequeña caja. No tenía un aspecto llamativo, y yo la había visto antes, pues pertenecía al médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa y por qué me estremecí al fijarme en ella? No merecía la pena tener en cuenta estas cosas, y por fin mis ojos cayeron sobre las páginas abiertas de un libro y sobre una frase subrayada. Eran las extrañas pero sencillas palabras del poeta Ebn Zaiat: “Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas”. ¿Por qué, al leerlas, se me pusieron los pelos de punta y se me heló la sangre en las venas?
Sonó un suave golpe en la puerta de la biblioteca y, pálido como habitante de una tumba, un criado entró de puntillas. Había en sus ojos un espantoso terror y me habló con una voz quebrada, ronca y muy baja. ¿Qué dijo? Oí unas frases entrecortadas. Hablaba de un grito salvaje que había turbado el silencio de la noche, y de la servidumbre reunida para averiguar de dónde procedía, y su voz recobró un tono espeluznante, claro, cuando me habló, susurrando, de una tumba profanada, de un cadáver envuelto en la mortaja y desfigurado, pero que aún respiraba, aún palpitaba, ¡aún vivía!
Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro y de sangre. No contesté nada; me tomó suavemente la mano: tenía huellas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había en la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un grito corrí hacia la mesa y agarré la caja. Pero no pude abrirla, y por mi temblor se me escapó de las manos, y se cayó al suelo, y se rompió en pedazos; y entre éstos, entrechocando, rodaron unos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos diminutos objetos blancos, de marfil, que se desparramaron por el suelo.
Edgar Allan Poe, "Berenice."
Lo más devastador que la biología le hizo al cristianismo fue el descubrimiento de la evolución biológica. Ahora que sabemos que Adán y Eva nunca fueron personas reales, el mito central del cristianismo queda destruido. Si nunca hubo un Adán y Eva, nunca hubo un pecado original. Si nunca hubo un pecado original no hay necesidad de salvación. Si no hay necesidad de salvación no hay necesidad de un salvador. Y sostengo que eso pone a Jesús, histórico o no, en las filas de los desempleados. Creo que la evolución es la sentencia de muerte absoluta del cristianismo.
«En ese estado de lucidez alucinada, no solo vieron las imágenes de sus sueños, algunos vieron las imágenes soñadas por otros. Eso es de Gabriel García Márquez. Cien Años de Soledad. Parece que hay precedentes de este intercambio de sueños. Quiero decir, ¿será así ahí fuera? ¿Quizás soñemos constantemente los sueños de otros? ¿No será que el mundo del subconsciente es realmente colectivo? ¿No son tus miedos mis miedos? ¿No son tus deseos mis deseos? ¿No bebemos todos de la misma copa humana?
Esto es lo que Carl Jung decía al respecto: «Toda conciencia separa, pero en los sueños tomamos la apariencia de un hombre más universal y verdadero y eterno que habita en la oscuridad de la noche primitiva. Allí él sigue siendo eterno y lo eterno está dentro de él, indistinto de la naturaleza y carente de todo ego. De estas profundidades que todo lo une emerge el sueño, sea infantil, grotesco o inmoral».»
Qué quieres que haga? Buscar un protector, un amo tal vez?
Y como hiedra oscura, que sobre la pared medra sibilina y con adulación,
cambiar de camisa para obtener posición?
NO, GRACIAS.
Dedicar si viene al caso versos a los banqueros,
convertirme en payaso? Adular con vileza los cuernos de un cabestro
por temor a que me lance un gesto siniestro?
NO, GRACIAS.
Desayunar cada día un sapo? Tener el vientre panzón?
Un papo que me llegue a las rodillas con dolencias
pestilentes de tanto hacer reverencias?
NO, GRACIAS.
Adular el talento de los canelos, vivir atemorizado por infames libelos, y repertir sin tregua
“Señores, soy un loro, quiero ver mi nombre en letras de oro”?
NO, GRACIAS.
Sentir temor a los anatemas? Preferir las calumnias a los poemas, coleccionar medallas, urdir falacias?
NO, GRACIAS; NO, GRACIAS; NO GRACIAS...
Pero cantar... soñar.... reir, vivir,
estar solo, ser libre…
Tener el ojo avizor,
la voz que vibre.
Ponerme por sombrero el universo,
por un sí o un no batirme o hacer un verso.
Despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación a la luna.
Sólo al que vale reconocer méritos,
no pagar jamás por favores pretéritos.
Renunciar para siempre a cadenas y protocolo,
Posiblemente… no volar muy alto,
pero solo.
Edmond Rostand - Cyrano de Bergerac
Comienzo este texto con la intención de recopilar algunas reflexiones que individualmente abren muchos más debates de los que pretendo abarcar. Pero como esto no deja de ser un juego mental de esos que surgen mientras salgo a caminar, soy honesto y no pretendo aquí más que plantear algunas hipótesis.
Estas navidades monté uno de mis viejos Scalextric analógicos para que mi sobrina de 6 años jugase un rato. La verdad es que casi lo planteé como un experimento:
¿Tendrá gracia para una niña de 6 años jugar a un juego físico de unos coches que para ella están totalmente fuera de contexto?
Es decir; ella verá unos coches (con luces) que van por un carril y su único control es acelerar o dejar de hacerlo. Los coches además no le dicen más que lo que le sugieran sus formas y colores. No estará mentalmente reproduciendo el San Remo del 83 o el Acrópolis del 81 con un Ari Vatanen y su esguince de cuello por no dejar de mirar por la ventana de la puerta de su Escort Rs.
Ella eligió un Seat Córdoba amarillo primero, y luego un Citroën WRC porque tenía una banderita de España (Dani Sordo) Y se lo pasó bien. Tanto que durante los días siguientes quería más. Y aún ahora se acuerda y quiere montar un Scalextric. Divirtiéndose tanto en el proceso de montar las pistas como el de elegir el coche.
¿Por qué entonces hoy día el Scalextric está de capa caída si el juguete es divertido para esta generación?
Yo, como dueño de uno, me incorporé al Scalextric tarde. Ya con 14 años. Pero de pequeño recuerdo aquellos catálogos del Corte Inglés con varias páginas dedicadas al Ibertren y al Scalextric. Los coches de circuito, los Grupo B de rally, los kits de ampliación, los kits de mejora, piezas… se me iban los ojos. Cuando empecé a ganar dinero por mi cuenta como artista precoz, empecé a comprar varios Scalextric de la época que recordaba de mi infancia, así como algunos de los modelos más recientes. Creo que se puede decir que en los 2000-2005 hubo una época dorada del slot. Muchas marcas de calidad y muchas piezas, así como torneos en muchas estaciones de Renfe a lo largo y ancho de España. No se el motivo. Tal vez en esa época muchos “yo” tenían dinero para gastar en esas cosas que recordaban de pequeños.
El caso es que ahora he querido retomar esta afición latente y veo que gran parte de los fabricantes no están. Hay menos producto. Menos repuestos. Muchos kits raros de escalas extrañas y personajes de nintendo en vez de coches de competición. Tunings feos y demás sin sentidos. ¿Eso vende? ¿Eso genera afición? Me imagino al frente de esas decisiones mucho estratega y mucho marketing y poca pasión. Y me vuelvo a preguntar;
¿Por qué entonces hoy día el scalextric está de capa caída si el juguete es divertido?
Supongo que en parte puede estar relacionado con la falta del interés por el automovilismo y su demonización. Los coches son el mal, contaminan, son caros, son “armas en potencia” etc etc. Tal vez mi aproximación al scalextric era porque mientras veía esos coches me sentía como si fuera Walter Röhrl luchando por unos segundos con Michèle Mouton. Reproduciendo las épicas de Sandro Munari con su Stratos. Puede que hubiera en mi cabeza un 50% del juguete y un 50% de imaginación, como tantos niños (y adultos) pero el juguete es divertido por si mismo. Pero no es conocido. Y no es conocido porque ese vector que te llevaba hasta ese juguete está roto hoy día. No existe.
Tal vez parte del problema esté ahí. No hay ya ese vector Motorsport > juguete porque en realidad el mundo del deporte del motor, salvando la F1, es relativamente residual. Eso da pie a otro debate pero lo cierto es que los rallyes importan poco, y las carreras de turismo en pista importan menos aún. Ni con los E-games se recupera el tema. No voy a hacer aquí una crítica a los videojuegos. No creo que sean cosas excluyentes. Yo juego a simuladores y es algo totalmente compatible con el slot. Son sensaciones diferentes. No creo que vayan por ahí los tiros "de que ahora los jóvenes sólo juegan al ordenador".
Pero si que es cierto que una consola ocupa poco y es más “simple”. Compras el hardware, que lo pones bajo la tele, y desde el sofá rápidamente echas una partida. Los pisos de hoy día no dan juego (valga la redundancia) para mucho más. 80 metros cuadrados con habitaciones pírricas en las que es inviable montar una pista de scalextric que puedas mantener montada un par de días. En la consola acumulas todos los juegos que te compres, incluso sin necesidad del soporte físico. Ideal para las mini-casas.
Los juguetes van y vienen y no voy a decir que perdiéndose el scalextric se pierde algo irreemplazable. Otros juguetes lo sustituyen y la vida sigue. Pero me resulta curioso desde un punto de vista romántico, el auge y caída de esos pequeños coches eléctricos que pasaron de ser el sueño de los peques de la casa, la afición de unos adultos, a prácticamente estar arrinconados en tiendas muy especializadas y con una gama a día de hoy residual, comparada con lo que llegó a ser.
Y si. Soy un nostálgico.
Dedico este artículo a @ramsey9000 que es con quien estuve tirando de hemeroteca mental recordando estos coches y sus pistas.
Lo que todos me decían era que el secreto del éxito en periodismo consistía en estudiar un periódico en concreto y escribir lo apropiado para él. En parte por accidente e ignorancia, y en parte por las rabiosas certezas de la juventud, no recuerdo haber escrito nunca un artículo que fuera el apropiado para ningún periódico en concreto. Por el contrario, creo que conseguí un cierto éxito cómico por contraste. Ahora que ya soy un viejo periodista, se me ocurre que el consejo que le daría a uno joven sería simplemente que escribiera un artículo para el Sporting Times, otro para el Church Times, y confundiera los sobres. Después, si se aceptaba el artículo y era razonablemente inteligente, los deportistas se dirían unos a otros: "Es un grave error suponer que no tenemos una buena causa cuando tipos realmente inteligentes afirman lo contrario"; los clérigos, por su parte, irían por ahí diciéndose unos a otros: "Hay espléndidos artículos en algunas de nuestras publicaciones religiosas; un tipo de lo más ingenioso".
Tal vez esta teoría sea un poco inconsistente y fantástica, pero es la única que me sirve para explicar mi propia e inmerecida supervivencia en la contienda periodística de la vieja Fleet Street. Escribí para un periódico inconformista como el viejo Daily News sobre cafés franceses y catedrales católicas, y les encantaba porque nunca antes habían oído hablar de aquello. Escribí en un órgano del viejo y sólido laborismo como el Clarion, y allí defendí la teología medieval y todo aquello de lo que sus lectores no habían oído hablar jamás; y a sus lectores no les molestó lo más mínimo.
En realidad, lo que pasa con casi todos los periódicos es que están demasiado llenos de cosas adecuadas para ellos. Pero en estos últimos tiempos en los que el periodismo, como todo lo demás, se concentra en consorcios y monopolios, aún parece menos probable que alguien repita mi extraña, temeraria y poco escrupulosa maniobra, que alguien se despierte y descubra que se ha hecho famoso por ser el único hombre divertido del Methodist Monthly o el único hombre serio del Cocktail Comics.
Gilbert Keith Chesterton
Autobiografía, 1936
A veces sentimos que nuestra vida es como nuestra letra: ni nos gusta, ni la entendemos.
Gato encerrado. Andrés Trapiello.
Con todo, el hecho de que Letonia se presente o se considere una especie de virgen democrática (y, por tanto, rusófoba) no deja de ser desconcertante. Es cierto que un nacionalismo intrínseco permitió a las repúblicas bálticas librarse de la dominación rusa tras la Primera Guerra Mundial. Pero Estonia y Letonia (esta última se correspondía aproximadamente, en la época zarista, con Livonia, que también incluía una parte de la actual Estonia) destacaron por su apoyo al bolchevismo, muy superior a la media rusa. En las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1917, la media de los bolcheviques en el conjunto del antiguo Imperio zarista fue del 24% de los votos[1]. ¡En Estonia, obtuvieron el 40% y en Livonia, el 72%! También debemos recordar a la Guardia letona, mimada por Lenin y que desempeñó un papel tan importante durante la Revolución rusa como fuerza encargada de mantener el orden. Una encuesta realizada en 1918 entre los primeros miembros de la Cheka, la policía política bolchevique, precursora del KGB, luego FSB, revela la afinidad de los letones con el comunismo. De una muestra de 894 individuos (los escalafones superiores de la jerarquía), sólo 361 eran rusos y 124 letones, 18 lituanos, 12 estonios, 21 ucranianos, 102 polacos y 116 judíos[2]. La sobrerrepresentación de minorías en una institución revolucionaria es de por sí normal, pero ese 13,8% de letones, que no representaban más del 2% de la población en el Imperio ruso, no está nada mal. Desde un punto de vista antropológico, no hay sorpresas: la estructura familiar tradicional de los Estados bálticos, en particular Estonia y Letonia, era comunitaria de tipo ruso, productora espontánea de autoritarismo e igualitarismo, así pues, de comunismo. Este fondo antropológico báltico se integró en la OTAN y en la Unión Europea en 2004.
Volvamos a las antiguas democracias populares, Hungría al margen. Hay un contraste sorprendente entre, por un lado, su resentimiento hacia Rusia y, por otro, la forma en que perdonaron a Alemania, a pesar de que había arrasado la región durante la Segunda Guerra Mundial y de que la Wehrmacht tuvo un comportamiento más despiadado que el Ejército Rojo. El entusiasmo con que los checos vendieron Skoda a Volkswagen en lugar de a Renault fue asombroso. Dada la importancia de la industria automovilística, se eligió entrar en la misma esfera germánica de la que tanto le había costado salir a Bohemia. De hecho, que países que a menudo fueron mártires del nazismo tomaran decisiones de este tipo plantea un verdadero interrogante al historiador. En momentos de abatimiento y mal humor, a veces me pregunto si, en ciertas naciones de Europa del Este, no hay un reconocimiento más o menos consciente hacia Alemania por haberlos librado de su «problema judío».
La derrota de Occidente. Emmanuel Todd.
El nacionalista es, por definición, un ignorante. El nacionalismo es la vía de menor resistencia, el camino fácil.
El nacionalista no tiene problemas. Sabe, o cree saber, cuáles son sus valores, es decir, los valores nacionales, es decir, los valores de la nación a la que pertenece, éticos y políticos. No está interesado en los demás, los demás no son de su incumbencia. Diablos, es otra gente (otras naciones, otras tribus). Ni siquiera hay que aprender nada acerca de ellos.
El nacionalista ve a los demás a su imagen y semejanza: como nacionalistas. Un punto de vista cómodo, como hemos señalado. Miedo y envidia. Un compromiso y una implicación que no requieren esfuerzo. No sólo el infierno son los demás, en clave nacional, por supuesto, sino también: todo lo que no es mío (serbio, croata, francés…) me resulta ajeno.
El nacionalismo es una ideología de la banalidad. Como tal, el nacionalismo es una ideología totalitaria.
No había otro ruido que el del viento entre los árboles y el canto de las cigarras. Bebimos vino rosado para acompañar la comida y, a los postres , unos tragos de whisky. Luego, fumamos junto a los rescoldos de la hoguera. No hablábamos apenas. Y en algún momento que yo inicié una charla, por decir algo más que por otra razón, él me miró sonriente. "Déjelo", interrumpió, "Cavafis escribió que, cuando no hay nada que decir, hay que dejar que hable el silencio".
—Dígame cuanto pueda, entonces.
—Con placer —dijo Lukyan Judasson—. Nosotros, los Mentirosos, como todas las demás religiones, poseemos varias verdades que aceptamos como dogmas de fe. La fe es siempre necesaria. Hay muchas cosas que no pueden probarse. Creemos que la vida vale la pena de ser vivida. Eso es un dogma de fe. El propósito de la vida es vivir, resistir a la muerte, quizás desafiar la entropía.
—Continúe —le dije, sintiéndome cada vez más interesado a pesar de mi mismo.
—También creemos que la felicidad es buena, algo que debe buscarse.
—La Iglesia no se opone a la felicidad —dije con frialdad.
—¿Está seguro? Pero no quiero discutir. Cualquiera que sea la posición de la Iglesia con respecto a la felicidad. Ella predica la creencia en la vida después de la muerte, en un ser superior, y un complejo código moral. —Es verdad.
—Los Mentirosos no creen en la vida después de la muerte, ni en Dios. Vemos el universo tal como es, Padre Damián, y estas verdades desnudas son muy crueles. Nosotros, que creemos en la vida y la apreciamos, estamos condenados a morir. Después no habrá nada, el vacío eterno, la oscuridad, la no existencia. En nuestra vida no hay propósito, ni poesía, ni sentido. Tampoco nuestras muertes poseen estas cualidades. Cuando nos hayamos ido, el universo no nos recordará, y será como si jamás hubiésemos existido. Nuestros mundos y nuestro universo tampoco durarán mucho. Tarde o temprano la entropía lo consumirá todo y nuestros míseros esfuerzos no pueden impedir ese horrible final. Habrá desaparecido. Nunca habrá existido. Ya no importará. El universo mismo está condenado a la transitoriedad y por cierto que no le importa para nada.
Me dejé caer hacia atrás en la silla, y sentí un escalofrío al escuchar las sombrías palabras del pobre Lukyan. Me encontré acariciando mi crucifijo. —Una helada filosofía —dije—, además de falsa. Yo también he tenido más de una vez esa terrible visión. Creo que a todos nos ha pasado alguna vez. Pero no es verdad, Padre. Mi fe me sostiene contra tal nihilismo. La fe es un escudo contra la desesperanza.
—Oh, ya lo sé, mi amigo, mi Caballero Inquisidor —dijo Lukyan—. Me alegra que lo comprenda tan bien. Ya casi es uno de nosotros.
Fruncí el ceño.
—Ha llegado al meollo del asunto —continuó Lukyan—. Las verdades, las grandes verdades —y la mayoría de las pequeñas también— son insoportables para la mayoría de los hombres. Hallamos nuestro escudo en la fe. Su fe, mi fe, cualquier fe. No importa, siempre que creamos, real y verdaderamente creamos en cualquier mentira a la que nos aferremos. —Se tironeó los bordes desiguales de su gran barba rubia—. Nuestros psicólogos han probado que los únicos seres felices son los creyentes, ya sabe. Pueden creer en Cristo, o en Buda, o en Erika Stormjones, en la reencarnación, la inmortalidad o la naturaleza, en el poder del amor o en la fuerza de determinada facción política, pero todo es lo mismo: creen; son felices. Los que han visto la verdad son los que desesperan y se matan. Las verdades son tan vastas, los credos tan pequeños, tan pobres, tan plagados de errores y contradicciones. Podemos ver con facilidad a través de ellos, y entonces sentimos el peso de la oscuridad, de la nada, y ya no podemos ser felices.
No soy un hombre lento. Para ese entonces, ya sabía hacia dónde se encaminaba Lukyan.
—Ustedes, los Mentirosos, inventan religiones.
Sonrió. —De todas clases. Y no sólo religiones. [...]
Fragmento de El camino de la cruz y el dragón de G.R.R. Martin (1979)
Estoy al final de un domingo monótono. Llueve incesantemente. Un domingo fastidiado porque he tenido que levantarme a las seis para sacar a pastar por las nubes a un Bréguet. Al cabo de diez minutos ha manifestado el deseo imperioso de regresar a las cuadras. (¿Te das cuenta de que hablo como el Abbé Delille?… ¡Oh, la vida provinciana!). Y por diez minutos de vuelo todo un domingo soñoliento. He pasado todo el día comprando cerillas, cigarrillos y sellos. La chica del estanco es monísima. En mi habitación ya tengo más de treinta cajas de cerillas y sellos para cuarenta años. Melancólico balance de ocho días de amor.
Una estanquera es algo maravilloso. El mostrador es hermoso como un trono. Uno se siente alejado y muy pequeño. Uno se oye decir con embriaguez: «Cuarenta céntimos…». Uno mendiga las palabras de amor de donde se puede.
Cartas a una amiga imaginaria. Antoine de Saint Exupery
Hace mucho tiempo, en una clase de Lengua, aprendí la definición de metáfora, que era más o menos así:
Una metáfora es una figura retórica que describe un objeto o una acción de un modo que no es literal, pero que ayuda a explicar una idea o a establecer una comparación. […] Las metáforas se utilizan en la poesía, la literatura y siempre que alguien quiere adornar un poco su vocabulario.
Mi profesor de Lengua nos dio ejemplos de metáforas, incluidos los versos más famosos de Shakespeare. «¿Qué luz alumbra aquella ventana? / Es el este, y Julieta es el sol». O «La vida es una sombra que camina, un mal actor / que en escena se inquieta y contonea / y nunca más se le oye». Y así sucesivamente. Me quedé con la idea de que la metáfora se utilizaba sobre todo para condimentar lo que, sin ella, podría ser anodino.
Muchos años después, leí el libro Metáforas de la vida cotidiana, escrito por el lingüista George Lakoff y el filósofo Mark Johnson. Mi anterior concepción de la metáfora sufrió un vuelco (si me perdonan la metáfora). La tesis de Lakoff y Johnson es que nuestro lenguaje cotidiano no solo está repleto de metáforas que suelen sernos invisibles, sino que nuestra comprensión de básicamente todos los conceptos abstractos se basa en metáforas derivadas de conocimientos físicos básicos. Lakoff y Johnson aportan pruebas de su tesis en forma de una amplia colección de ejemplos lingüísticos, que demuestran cómo conceptualizamos conceptos abstractos como tiempo, amor, tristeza, ira y pobreza usando términos de conceptos físicos concretos.
Por ejemplo, Lakoff y Johnson señalan que hablamos del concepto abstracto de tiempo con términos que se aplican al concepto más concreto de dinero. «Gastamos» o «ahorramos» tiempo. A menudo «no podemos desperdiciar el tiempo». A veces el tiempo que gastamos «vale la pena» y hemos «utilizado el tiempo de forma provechosa». Quizá conocemos a alguien que tiene «los días contados».
Del mismo modo, conceptualizamos estados emocionales como la felicidad y la tristeza en forma de direcciones físicas, hacia arriba y hacia abajo. Podemos «sentirnos hundidos» y «caer en una depresión». Nuestro estado de ánimo puede «caer a toda velocidad». Nuestros amigos suelen «levantarnos el ánimo» y nos dejan con «la moral alta».
Si vamos más allá, solemos conceptualizar las relaciones sociales en términos de temperatura física. «Me dieron una cálida bienvenida». «Me miró con frialdad». «Me trató fríamente». Estas expresiones están tan asentadas que no nos damos cuenta de que estamos hablando en lenguaje metafórico. La afirmación de Lakoff y Johnson de que estas metáforas revelan la base física de nuestra comprensión de los conceptos apoya la teoría de Lawrence Barsalou de que comprendemos mediante la simulación de modelos mentales construidos a partir de nuestro conocimiento básico.
Los psicólogos han investigado estas ideas a través de muchos experimentos fascinantes. Un grupo de científicos observó que la zona del cerebro que se activa cuando una persona piensa en el calor físico parece ser la misma que cuando piensa en el calor social. Para investigar las posibles consecuencias psicológicas, los investigadores llevaron a cabo un experimento con un grupo de sujetos voluntarios. Cada sujeto hizo un corto viaje en ascensor, acompañado por un miembro del equipo, hasta el laboratorio de psicología. Durante el trayecto, el miembro del laboratorio pedía al sujeto que sostuviera una taza de café caliente o helado «durante unos segundos» mientras él escribía el nombre de esa persona. Los sujetos no sabían que eso formaba parte del experimento. En el laboratorio, cada sujeto leía una breve descripción de una persona ficticia y se le pedía que valorara varios rasgos de su personalidad. Los que habían sostenido el café caliente en el ascensor consideraron a la persona de ficción mucho «más cálida» que los que habían sostenido el café helado.
Otros investigadores han obtenido resultados similares. Además, esta vinculación entre «temperatura» física y social también parece existir a la inversa: otros psicólogos han descubierto que las experiencias sociales «cálidas» o «frías» hacen que los sujetos sientan más calor o frío físico.
Aunque estos experimentos e interpretaciones siguen siendo objeto de controversia en el mundo de la psicología, se puede interpretar que los resultados respaldan las teorías de Barsalou y de Lakoff y Johnson: entendemos conceptos abstractos en términos de conocimientos físicos básicos. Si se activa mentalmente el concepto de calidez en sentido físico (por ejemplo, al sostener una taza de café caliente), se activa también el concepto de calidez en sentido más abstracto y metafórico, como al juzgar la personalidad de alguien, y viceversa.
Es difícil hablar de comprensión sin hablar de conciencia. Cuando empecé a escribir este libro, tenía pensado evitar por completo la cuestión de la conciencia, porque está llena de problemas científicos. Pero he decidido que me voy a permitir especular un poco. Si nuestra comprensión de conceptos y situaciones consiste en realizar simulaciones utilizando modelos mentales, quizá el fenómeno de la conciencia —y toda nuestra concepción del yo— proviene de nuestra capacidad para construir y simular modelos de nuestros propios modelos mentales. No solo puedo simular mentalmente, por ejemplo, el acto de cruzar la calle mientras hablo por teléfono, sino que puedo simularme mentalmente a mí misma pensándolo y puedo predecir lo que quizá voy a pensar a continuación. Tengo un modelo de mi propio modelo. Modelos de modelos, simulaciones de simulaciones: ¿por qué no? Y así como la percepción física del calor, por ejemplo, activa una percepción metafórica del calor y viceversa, nuestros conceptos relacionados con las sensaciones físicas pueden activar el concepto abstracto del yo, que se retroalimenta a través del sistema nervioso para producir una percepción física del yo, o de la conciencia, si se prefiere. Esta causalidad circular es similar a lo que Douglas Hofstadter llamaba el «extraño bucle» de la conciencia, «en el que los niveles simbólico y físico se retroalimentan mutuamente y vuelven la causalidad del revés, de forma que parece que los símbolos tienen libre albedrío y han adquirido la capacidad paradójica de mover las partículas, en lugar de lo contrario».
Inteligencia artificial. Melanie Mitchell.
A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer.
Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo.
Imagínate una tormenta como esta. "
Haruki Murakami
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé
En el 506, y en el 2 000 también
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos
Contentos y amargaos, valores y dublé
Pero que el siglo XX es un despliegue
De maldad insolente, ya no hay quién lo niegue
Vivimos revolcaos en un merengue
Y en el mismo lodo, todos manoseaos
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos , ni escalafón
Los inmorales nos han igualao
Si uno vive en la impostura
Y otro afana en su ambición
Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos
Caradura o polizón
Qué falta de respeto, qué atropello a la razón
Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón
Mezclao con Stavisky, van Don Bosco Y "La Mignón",
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín
Igual que en la vidriera irrespetuosa
De los cambalaches se ha mezclao la vida
Y herida por un sable sin remaches
Ves llorar la Biblia junto a un calefón
Siglo veinte, cambalache, problemático y febril
El que no llora, no mama; y el que no afana, es un gil
Dale nomá', dale que va
Que allá en el horno nos vamo a encontrar
No pensés más, séntate a un lao
Que a nadie importa si naciste honrao
Si es lo mismo el que labura
Noche y día como un buey
Que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura
O está fuera de la ley
Enrique Santos Discepolo
Contexto adicional a El Edicto de Telipinu, rey de los Hititas. Es un fragmento de "Telipinu, o de la solidaridad" un artículo del grandísimo Mario Liverani dentro de su libro "Mito y política en la historiografía del Próximo Oriente Antiguo".
[...]
LOS ACTOS SANGRIENTOS
La promulgación del Edicto vino precedida e inspirada por la protesta de una delegación de «hombres de los dioses» que se presentaron ante el rey para decirle:
Mira, la sangre está por doquier en Hattusha (A ii 33)
El rey convocó inmediatamente al tribunal o Asamblea (tuliya) (ver *¹), explicó sus razones, preparó sus medidas y promulgó las «nuevas» reglas de sucesión al trono.
Este fue el contexto del Edicto, un contexto evidentemente difícil para el rey puesto que hacía muy poco que había sido entronizado tras diversos episodios criminales. La opinión pública, o al menos los miembros de la corte y los habitantes de la capital, cuestionaban a Telipinu. Como mínimo la gente estaba confusa, así que organizaron y formalizaron su malestar a través de una delegación de «hombres de los dioses», es decir, unas personas consideras apropiadas para la grave tarea de enfrentarse al rey²⁸.
Telipinu aprovechó su posición como juez. Contestó transformándose de acusado en acusador, de alguien acusado de un crimen en un ser moralizante. Comparó su caso con una secuencia de casos anteriores similares. Luego trató de desviar la ira de la opinión pública hacia los otros casos, presentándose no como el último de una secuencia negativa, sino como el primero de una nueva secuencia positiva. Es muy probable que Telipinu acabara por imponerse a la población en general o al menos a una parte de della (veremos que su discurso iba dirigido sobre todo al sector cuyo apoyo quería ganarse). Pero al mismo tiempo nos permitía, a los historiadores posteriores, atisbar sus crímenes, que conocemos sólo gracias al Edicto.
Veamos ahora los cargos que se le imputaban, aunque sólo fuera como insinuaciones y sospechas. En primer lugar, está la acusación de haber exiliado al rey Huzziya y a sus cinco hermanos despojándoles de su estatus regio; en segundo lugar el asesinato de Huzziya y sus hermanos; y por último la muerte de la reina Ishtapariya y del príncipe Ammuna. La responsabilidad de Telipinu en estos hechos se insinúa en dos series de acontecimientos. Primero, parece claro que la opinión pública lo consideraba responsable. La delegación le acusó, obligando a Telipinu a defenderse mediante el Edicto. Menciona incluso los cargos y admite al menos una cierta connivencia. Segundo, resulta significativo que Telipinu incluya su propio caso en una secuencia de casos considerados claramente análogos, y al mismo tiempo admita sin problema la culpa de los reyes precedentes. En aquellos casos los reyes habían conocido una situación muy parecida a la que ahora se dirimía.
La defensa de Telipinu fue la siguiente: «es cierto, rebajé a Huzziya y le envié al exilio, pero tuve que hacerlo porque si no me habría asesinado. Por lo tanto, he llevado a cabo una "represalia preventiva" contra Huzziya, al haberlo sorprendido en el momento de cometer un crimen contra mí. Es más, se que Huzziya me habría matado, pero sólo le degradé, así que fui generoso»:
Que se vayan y se queden (allí), que coman y beban, que nadie les haga daño. Y repito: estos hombres me han lastimado, pero yo no los lastimaré (A ii 13-15, §23).²⁹
La acusación de haber conquistado el trono ilegalmente se transformó en un alarde de generosidad, benevolencia y tolerancia. Pero lo cierto es que con posterioridad Huzziya y sus hermanos fueron asesinados,³⁰ así que la defensa de Telipinu carecía de sentido para un observador imparcial.
La defensa de Telipinu contra los desarrollos posteriores fue que estaba ausente ocupado en la defensa de su país. No sabía lo que estaba pasando. La instigación y la ejecución debían atribuirse a otras personas. Aunque no pudo transformar la acusación en jactancia, al menos pudo alegar que no estuvo involucrado en los hechos. Pero parece evidente que sí hubo algún tipo de implicación. Cuando los auténticos ejecutores del crimen fueron acusados por el pankuš y condenados a muerte, Telipinu les concedió el perdón. Su complicidad era evidente, pero trató nuevamente de transformar la sospecha en alarde, y de nuevo en un alarde de generosidad, benevolencia y tolerancia. Renuente a matar aunque fuera para ejecutar legalmente a los culpables, ¿cómo podía sospecharse de la complicidad de Telipinu en un asesinato ilegal?³¹.
Telipinu se mostró muy evasivo respecto al tercer hecho, el asesinato de la reina y del príncipe. Quizás demasiado evasivo; ni siquiera admitió que fueran asesinados, sólo que «murieron» (A ii 32). Ahora bien, si su esposa e hijo hubieran sido asesinados por la facción rival, es evidente que no se habría mostrado tan evasivo. Al contrario, habría aprovechado la ocasión para protestar y acusar a su vez. O, si las muestres de la reina y del príncipe habían sido naturales, ¿cómo explicar la protesta de la delegación inmediatamente después de ese hecho? La sangre «está por doquier en Hattusha» no se refería ciertamente a unas muertes naturales. Es razonable suponer que a Telipinu no se le consideraba implicado en las muertes de Ishtapariya de Ammuna, la pareja clave para una posible transferencia del trono. Pero es probable que sus muertes ocurrieran de un modo tan sumamente misterioso (tal vez mediante métodos mágicos)³² que resultara imposible presentar acusaciones concretas. Así que Telipinu no tuvo que defenderse de esta acusación.
Estos son los argumentos que Telipinu utilizó para su defensa en relación con los episodios de los que se le hacía responsable. Pero desarrolló implícitamente otra línea de defensa más general, basándose en referencias similares. El asesinato de Huzziya por orden de su cuñado Telipinu tenía un paralelo en el asesinato de Mushili por orden de su cuñado Hantili. Los asesinatos de la reina Ishtapariya y de su hijo tenían un paralelo en los asesinatos anteriores de la reina Harapshili y de sus hijos. La pretendida «ignorancia» de Telipinu respecto al asesinato de Huzziya tenía como paralelo la «ignorancia» de Hantili del asesinato de Harapshili. La utilización de un ejecutor (Tanuwa) para asesinar a Huzziya también tenía paralelos en el pasado: más recientemente, el caso de los ejecutores Tahurwaili y Tarushhu, y antes Ilaliuma.
¿Por qué recordar estos episodios del pasado, sin duda no olvidados, que incluso podían haber provocado enemistades seculares? Parece que Telipinu pretendía sugerir, sin decirlo abiertamente, que aún en el caso de haber sido inculpado, sólo había hecho lo que otros muchos antes que él. Y si esos otros no habían sido inculpados, ¿porqué acusarle a él? Telipinu también sugería que si tantas personas habían actuado así había sido por motivos que trascendían lo personal. La causa debía buscarse en la organización institucional, no en las responsabilidades individuales. Por lo tanto había que cambiar las instituciones, no castigar al individuo. Por último, Telipinu venía a decir que, a diferencia de otros, él era bueno y generoso: «Yo perdono, yo no mato; yo no sabía, yo no estaba allí. Soy el menos culpable de todos, así que ¿por qué os ensañáis conmigo?». Para transmitir el significado de todo esto Telipinu se remitió a causas generales, sin afirmar nada de modo explícito. Al insertar su causa en una larga secuencia de casos parecidos, minimizó su responsabilidad y exageró la relevancia de las causas generales y los posibles remedios. Concretamente, consiguió neutralizar la indignación de la opinión pública, sin duda exacerbada a raíz del último crimen —es decir, su propio crimen— y desviarla contra sus predecesores, colocándose al lado de los acusadores y gritando más fuerte que nadie contra los fantasmas.
[...]
²⁸. El procedimiento de presentar un asunto al rey a través de una delegación era algo habitual en el mundo hitita: KUB XL 62 + XIII 9: I 1-12 (Schuler, 1959,: 446-449) y §55 de las Leyes hititas.
²⁹. La fraseología de la generosidad deriva del Testamento de Hattushili (i 30-38, iii 20-22= Sommer, 1938: 6-7, 12-13), y de Forrer, 1926: n.º 10 (Schuler, 1959: 444).
³⁰. La interpretación opuesta de Hardy (1941:210), aún sostenida por Pugliese Carratelli (1958-1959: 107-109) —una conspiración contra Telipinu en beneficio de Huzziya— se basa en una lectura incompleta y ha quedado hoy excluida. Cavaignac (1930: 9-14) ya clarificó el relevante pasaje e identificó el rol de los ejecutores.
³¹. El argumento implícito de Telipinu es idéntico al argumento explícito que utiliza Hattushili III en su carta al rey de Babilonia en KBo I 10, Rs. 14-23 (véase especialmente su frase final: «Mirad, la gente no habituada a ejecutar a un reo, ¿cómo podría asesinar a un mercader?»).
³². Esta hipótesis explicaría la presencia del último párrafo del Edicto (50), donde se formulan las normas contra el uso de la hechicería en la familia real.
Liverani, M. Mito y política en la historiografía del Próximo Oriente Antiguo: Telipinu, o de la solidaridad. Bellaterra arqueología. pp. 62-65
*¹: En el ámbito hitita la discusión sobre el carácter de las asambleas gira en torno a dos términos: panku- y tuliya-. Estos dos vocablos, que los estudiosos entienden en unos casos como sinónimos y en otros como relativos a colectivos distintos, aparecen en particular en los documentos paleohititas. No hay unanimidad ni sobre el carácter preciso de sus competencias más allá del campo judicial o, concretamente, sobre su capacidad para limitar o compartir el poder detentado por el rey. El término tuliya- es el empleado en el bilingüe hurro-hitita de la Liberación para designar el lugar de «reunión» de los ancianos de Ebla. (Bárbara E. Soláns Gracia, Poderes colectivos en la Siria del Bronce Final. Tesis Doctoral. pp. 139-140)
He aquí mi problema: mi alma se ha roto y se ha hecho más pedazos que loza había en el jarrón.
Un corazón de Nadie. Fernando Pessoa.
Nos cuentan que dijo Hassán Al-Bassrí: No hay nadie que antes de entregar el alma no eche de menos tres cosas: no haber podido gozar por completo lo que había ganado durante su vida, no haber podido alcanzar lo que había esperado con constancia, y no haber podido realizar un proyecto largamente pensado
cada día, todos los días.
Nació en la ciudad de Orly en Francia y tenía nada más que 14 años cuando empezaron a construir la Torre Eiffel.
Muy joven se puso de novia con el pintor Vincent Van Gogh y en 1988 en una entrevista dijo de él, que “Era sucio, siempre estaba mal vestido y era sombrío y mal humorado ” ---
A los 85 años practicaba esgrima, y a los 100 andaba todo el día en bici.
A los 90 años a Jeanne Louise, ya no le quedaban herederos, entonces llegó a un acuerdo con André-François Raffray (un abogado de 47 años), e hicieron un contrato en el que se acordaba que éste heredaría su casa si le pagaba 2500 francos al mes.
Raffray ( El abogado) pagó durante 30 años esa suma pero por esas cosas de la vida, se murió antes, y entonces su esposa continuó pagando.
Madame Calment, con la experiencia que le dan los años a las mujeres inteligentes dijo con total y plena autoridad.
-La juventud es un estado del alma, no del cuerpo, por eso yo sigo siendo una chica. Sencillamente no he lucido tan bien los últimos 70 años.
-Sonreír siempre!! -- Esa es la razón de mi longevidad.
-Si no puedes hacer nada con respecto a algo, no te preocupes mas por eso.
-Tengo una sola arruga y estoy sentada en ella.!!!
-Nunca uso rimel porque me río hasta llorar con mucha frecuencia.
-Y la verdad, Creo que me voy a morir de risa.
Fuente: Msavira ar
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tien' asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
Juan Ramón Jiménez
menéame