LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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1984 y los Protocolos de los sabios de Sión. Mentira y ficción

Creo que es necesario llegar más allá de lo que dijo Wilbur Scott en sus principios de crítica literaria. Creo, por ejemplo, que 1984 es un libro de ficción, pero contiene más verdad que muchas enciclopedias. Del mismo modo, los Protocolos de los Sabios de Sión son una falsificación burda y miserable, ficción de mala calidad, pero visto lo visto en los últimos tiempos, parece que al mismo tiempo es totalmente verdadera.

La ficción puede ser un modo de contar la verdad. El más potente, quizás.

Alfred Toohey.

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Un gran cambio en la definición de "antisemita"

Antes, eras antisemita cuando odiabas a los judíos. Ahora eres antisemita cuando los judíos te odian a ti.

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Thomas Jefferson sobre la fiscalidad progresiva (1785, carta a J. Madison)

[...] Esta pequeña gentileza, junto a la soledad de mi caminata, me llevó a un tren de reflexiones sobre la desigual división de la propiedad que ocasiona los innumerables casos de vileza que había observado en este país y que se observa por toda Europa. La propiedad de este país está concentrada absolutamente en muy pocas manos, con rentas de hasta medio millón de guineas al año. Ésas emplean a la flor del país como sirvientes, algunos de ellos teniendo hasta 200 domésticos, no en el laboreo. [...]

 Soy consciente de que una división igual de la propiedad es impracticable. Pero las consecuencias de esta enorme desigualdad causando tanta miseria al grueso de la humanidad, los legisladores no son capaces de inventar suficientes mecanismos para subdividir la propiedad, sólo encargándose de permitir que las subdivisiones vayan de la mano con los naturales afectos de la mente humana. El descenso de propiedades de todo tipo, pues, a todos los hijos, o a todos los hermanos y hermanas, u otras relaciones de igual grado, es una medida política, y una practicable. Otra forma de aminorar la desigualdad de la propiedad es eximir de impuestos a todos por debajo de cierto punto, y gravar las porciones mayores de propiedad en progresión geométrica conforme éstas aumentan. Cuandoquier que en cualquier país haya tierras sin labrar y pobres desempleados, está claro que las leyes de la propiedad han sido tan estiradas como para violar el derecho natural. [...]

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Cómo reconocer a un artista

A lo largo de la historia, muchas personas inteligentes han reclamado el establecimiento de normas precisas para reconocer puntualmente a un artista.

Ocurre que mientras resulta relativamente fácil distinguir a un plomero de un impostor, la condición artística puede fingirse durante largos períodos sin que nadie sospeche el engaño.

El arte es un sutil asunto y las chambonadas no se hacen tan patentes como en la plomería: cuando una canilla gotea, uno ve el agua y se moja con ella; cuando un poema está mal escrito no hay cataclismos exteriores que lo denuncien

 

Hay algo más: en la civilización moderna los artistas suelen alcanzar renombre y riqueza. Y ante estas recompensas, nada cuesta calcular que los postulantes a artistas deben ser muy numerosos.

A decir verdad, casi todas-las personas de¡ mundo sienten alguna vez en su vida la tentación de emprender tareas artísticas. Y muchos creen hacerlo sin haberse asomado siquiera al más pequeño de los misterios.

El estudiante que dibuja la cara de su novia, el comerciante que se compró un órgano eléctrico, la secretaria que busca palabras que rimen con Remigio, el publicitario que diseña anuncios para vender zoquetes, el periodista que explica el funcionamiento de la defensa de San Lorenzo ... Todos ellos habrán-examinado sus módicas obras con un secreto orgullo de artistas. Sin embargo, los hombres de corazón saben bien que el arte es otra cosa, más cercana al llanto y a la fatalidad que al pasatiempo y al ingenio de los bachilleres.

Uno de los intentos más serios que se hicieron para terminar con la proliferación de falsos artistas, fue la creación de la escuela integral "El Arte Sano".

Esta institución del barrio de Flores se proponía enseñar lo poco que puede enseñarse en estos asuntos y ~fundamentalmente~ someter a sus alumnos a pruebas durísimas cuyo improbable cumplimiento permitía obtener la ya legendaria tarjeta azul del artista sin cuento. Esta distinción -que nadie alcanzó jamás acreditaba al poseedor como hombre de verdadero espíritu artístico y, según dicen, permitía obtener descuentos en algunas farmacias.

Vale la pena examinar ciertos aspectos del funcionamiento de esta escuela. la primera materia que se cursaba era Incomprensión del Artista. Durante el curso los postulantes recitaban sus poemas, exhibían sus cuadros o cantaban sus canciones ante una mesa examinadora integrada por karatekas, médicos cirujanos, vigilantes de la 43° y patoteros profesionales. Estas personas se burlaban de los alumnos, los insultaban y llegado el caso los echaban a patadas. Es decir, seguían el criterio de Van Wyck Bruks quien -citado por Sábato- afirma que el artista necesita de cierta aspereza en el ambiente para revelarse o quizá para rebelarse. Los halagos y el aliento de los amigos y favorecedores generan una atmósfera complaciente, Y ya se sabe que no hay peor cosa que un artista satisfecho de sí mismo.

El segundo curso consistía en realidad en una continuación de¡ primero. La asignatura se designaba con el nombre de Sufrimiento. Durante largos años, un grupo de educadores y personal contratado se encargaban de promover la desdicha del discípulo. Cada uno de los inscriptos era engañado por mujeres, atropellado por camiones y sometido a toda clase de vejámenes, no sólo durante las clases, sino también en su vida particular.

Como se ve, los directores de la academia pensaban que el dolor y el arte son inseparables. Se trata de un concepto interesante, pero hay que aclarar que no todo dolor produce arte. Todos sabemos que Benjamín Franklin, cuando niño, estudiaba de noche a la luz de una vela. Lo que no significa que cualquier pibe que repita esta operación vaya a inventar el pararrayos. Sin embargo la escuela integral recomendaba la imitación de los genios. Y así muchos alumnos repetían las pequeñas manías de los grandes creadores, creyendo que con eso bastaba. Todavía hoy puede observarse que cualquier sordo se cree Beethoven y que los mansfloras sienten que han escrito "El Retrato de Dorian Gray".

La disciplina de "Arte Sano" era sumamente severa, Se obligaba a todos los aspirantes a conducirse como artistas en todas las horas de sus vidas. Esta medida se inspiraba en un pensamiento acertado: no se puede ser artista en los ratos libres. Hay que serio siempre, Sin embargo, debemos confesar que el precepto se observaba con demasiado rigor. los inspectores recorrían la barriada y si sorprendían a algún alumno destapando una canaleta, le gritaban:

-¿Qué clase de poeta es usted, que pierde tiempo en tonterías?... ¿Por qué no reflexiona acerca de la soledad y la muerte, caramba?

Y ahí nomás lo expulsaban.

No vaya a creerse que tanta insistencia en los asuntos éticos implicaba un desdén por la técnica,

Al contrario, los programas educativos contemplaban la realización de complicadísimos ejercicios de destreza: esculpir hormigas en mármol, escribir novelas prescindiendo de la letra "E", tocar la trompeta con un gajo de. limón en la boca, hacer zapateo americano en la arena y extraer en forma de soneto la raíz cuadrada de 564.

Sin duda, la historia del arte es también -como decía Arnold Hauser- la historia de los esfuerzos del artista por vencer las dificultades que se le oponen.

Pero esta loca gente de Flores razonó que cuanto mayor fuera la cantidad de dificultades, más grande sería la obra obtenida. Por esa causa se enseñaba siempre a elegir el camino más difícil. Lo que no está tan mal, después de todo. ,

Los jerarcas de la escuela integral firmaron numerosas solicitadas abogando por la implantación de la censura, entendiéndola precisamente como escollo destinado a fomentar la imaginación y templar el espíritu. Cada vez que alguna de sus publicaciones circulaba libremente, "Arte Sano" ponía el grito en el cielo denunciando el infame atropello de las autoridades al no hostigar debidamente a los escritores.

En sus épocas de mayor esplendor, la institución de Flores cobijó diferentes corrientes de pensamiento. Como siempre ocurre en el barrio del Angel Gris, cada cuestión despertaba polémicas interminables y a cada momento surgían grupos de signo opuesto.

Por ejemplo, un sector docente sostenía que la misión del arte es la obtención de la verdad. Suena bastante bien. Pero hubo desaforados que pretendieron que todo lo verdadero es artístico.

Los más lúcidos hicieron la siguiente objeción: la lista de precios del restaurante La Aurora es ciertamente una colección de verdades irrefutables. sin que se advierta en ella el menor atisbo de arte. Más justo sería decir que todo lo artístico es verdadero.

Un movimiento interesante fue el de los Vindicadores de la Torre de Marfil. Afirmaban que los artistas con inquietud social estaban encerrados en otra torre, tal vez de cemento, en la que sólo se podían ver las injusticias y el sufrimiento, sin vislumbrar siquiera el amable mundo de las formas puras, Finalmente, en un gesto grandioso, la dirección decidió demoler ambas torres.

En épocas más recientes un grupo de profesores jóvenes insistió en la conveniencia de desmitificar el arte. Liberarlo de sus elementos mágicos y académicos y bajarlo de su pedestal.

Los resultados fueron más bien lamentables. No resulta muy divertido que un mago explique sus trucos en el escenario, ni que los adores representen sus papeles sentados en la platea. Sin artificio no hay arte, Y todos sabernos que en artísticas cuestiones, muchas veces las cosas deben ser falsas para parecer verdaderas. También se supo que estos profesores heréticos afirmaban que un artista es un hombre como cualquier otro, blasfemia que les ocasionó el despido. .

Tampoco tuvo mucho éxito la corriente que reclamaba la activa participación del público en las obras artísticas.

Se intentaron exposiciones en las que los cuadros eran terminados por los asi5tentes a la muestra. Después, durante la representación de la ópera "Falstal:, el directorde la orquesta le gritó al público:

-¡A ver esas palmas!...

Más tarde los poetas publicaron poesías a las que les faltaba el último verso, para que el lector las completara, Por lo general lo hacían con rimas chuscas y z-a-fadas. Finalmente se realizó una experiencia teatral insólita: el escenario había sido reemplazado por otra platea y otro gallinero, con gente, acomodadores y carameleros. En un momento dado ya no se sabía quiénes eran los adores y quién era el público, lo que daba lugar a toda clase de confusiones.

Tantas bagatelas despertaron la reacción del cuerpo directivo. En sus últimos años la escuela integral fue más dura que nunca. Un maestro de piano llegó a imponer a sus alumnos la tuberculosis obligatoria.

Si bien es cierto que "Arte Sano" no nos dejó ningún artista, es necesario admitir que por lo menos desenmascaró a más de un farsante,

No es verdad que las calamidades conduzcan el arte .Pero es indispensable hacer saber a todo el mundo que para ser artista hay que pagar un alto precio. Debe uno resignarse a estudiar las arduas cuestiones técnicas. Debe uno sufrir y hacerse mala sangre allí donde otros pasan de largo. Debe uno aprender a ver secretas señales donde nadie ha visto nada. Debe uno atormentarse cuando siente que hay un verso que no será 'capaz de escribir nunca. Debe uno seguir ciegamente misteriosos llamados que conducen casi siempre a la desdicha. Debe uno pelear contra el destino, aún sabiendo que será derrotado.

Después -si tiene suerte- es probable que obtenga fama y dinero. Pero ya no le importará demasiado.

La escuela demencial de Flores se ha disuelto para siempre.

Pero no es inoportuno recordar algunos de sus postulados justamente ahora, cuando los fotógrafos y los locutores inscriben sus nombres en la historia de la creación artística.

Yo no sé, desde luego, qué cosa es el arte. Sospecho, sí, que debe ser algo fatal,

Y como ya les dije alguna vez, me parece que algo tiene que ver con el llanto.

Buenas tardes.

Alejandro Dolina

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Cómo la riqueza hackea el mundo

Introducción

Comencé este libro sobre el mundo basándome en una corazonada de toda la vida: había algo extraño en el lugar donde crecí.

Ese lugar es la ciudad suiza de Ginebra, aunque su ubicación no cuenta toda la historia. Ginebra alberga las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud y cientos de organizaciones internacionales y ONG más que emplean a miles de diplomáticos, cónsules, trabajadores expatriados y sus familias. Allí hay más empresas multinacionales de las que puedo contar. Casi la mitad de la población de Ginebra tiene una nacionalidad no suiza. Sin los foráneos, la ciudad no sería nada.

Yo soy, y siempre seré, parte de este mundo aparte—un lugar definido por una cierta falta de lugar. Fui a escuelas internacionales, donde la historia que nos enseñaban tenía poco que ver con las batallas que se habían librado a pasos del patio de recreo. Los trabajos de mis padres en la ONU—mi padre era economista en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, y mi madre, intérprete de conferencias para su secretaría—acentuaron la sensación de estar un poco en otro lugar. Mis compañeros de clase parecían mudarse cada pocos años, lo que hacía sentir como si yo también me estuviera moviendo siempre, sin llegar a irme nunca realmente. Estos sentimientos de desarraigo inspiraron mi primer libro, The Cosmopolites, una investigación sobre el mercado global de pasaportes—la adquisición legal y legítima de documentos de ciudadanía. Si pudieras comprar un pasaporte como un par de zapatillas, ¿cuánto podría significar realmente?

Pero había otra razón, menos obvia, para mi inquietud con Ginebra. Tenía que ver con las reglas: quién las hacía, quién las seguía, y los lugares y personas a los que no se aplicaban. Cuando era adolescente, vi a hijos de diplomáticos disfrutar de la inmunidad funcional que venía con la posición de sus padres simplemente alejándose cuando la policía los pillaba acelerando o fumando porros en el parque después del anochecer. Las compras libres de impuestos eran otro beneficio: si caes en una cierta categoría laboral como extranjero, el mundo es tu aeropuerto. Cerca de la ONU, en un edificio comercial discreto y bajando una empinada escalera, hay una tienda especial que te permite evitar el impuesto sobre las ventas en todo, desde calzoncillos hasta crema hidratante La Mer. ("Fácilmente, una de las experiencias minoristas más extrañas del mundo", dice una reseña en línea. "¿Dónde más puedes gastar miles de euros en un reloj y en la misma transacción comprar una cena televisiva para microondas?")

Descubrí que los diplomáticos eran solo la punta visible de los casos especiales de Ginebra. En la calle principal de la ciudad, los bancos privados almacenaban información que incluso el gobierno suizo no podía acceder, sobre las cuentas secretas de monarcas depuestos y los botines mal habidos de evasores y elusores multinacionales. Y a un corto paseo de la piscina donde aprendí a nadar se encontraba el Puerto Libre de Ginebra, un almacén acordonado que operaba fuera de las regulaciones aduaneras suizas. Concebido hace siglos para permitir a los mercantes almacenar grano, el puerto libre es donde los oligarcas guardan ahora arte, vino, joyas y otros artículos de lujo.

Por un lado, la composición de Ginebra epitomiza un tipo de internacionalismo familiar: el tipo tangible, imperfecto, a menudo encantador, que reúne a personas del mundo en un lugar y en un momento, en paz. Pero aquí hay algo más en juego—algo que no puedes ver, pero cuya influencia en el mundo que lo rodea es tan potente como el globalismo de carne y hueso. Yo lo llamo la economía espectral: las transacciones distantes, dispares pero asombrosamente lucrativas que ocurren no en Ginebra, sino desde Ginebra. La ciudad está llena de conductos, o entrepôts, para un capitalismo que se gestiona remotamente. Funciona menos como un lugar donde suceden cosas que como un portal a otros mundos. Y resulta que hay muchos más lugares como este. Este libro trata sobre estos lugares.

Cuando empecé a escribir The Hidden Globe (El Globo Oculto), busqué entender cómo mi ciudad llegó a ser así: cómo su notoria monotonía cuadraba con su interminable repositorio de secretos. También quería entender por qué yo, ciudadano de Ginebra, me sentía tan atraído por esas otras partes de ningún lugar: ciudades-estado como Singapur y Dubái, refugios fiscales del Caribe, centros offshore insulares, bares de aeropuerto, vestíbulos de hotel, complejos diplomáticos y depósitos aduaneros. Estas localizaciones no son la idea de diversión de todo el mundo, pero para mí siempre han sido familiares, como si compartieran una lógica común con mi ciudad natal.

No fue hasta que dejé Ginebra por Nueva York que empecé a armar el panorama más amplio en mi mente. Empecé a entender cómo los espacios definidos por jurisdicciones sorprendentes o no convencionales—embajadas, puertos libres, paraísos fiscales, barcos portacontenedores, archipiélagos árticos y ciudades-estado tropicales—eran el alma de la economía global y una parte definitoria de nuestras vidas diarias.

Tomemos el comercio mundial. A pesar de su brutal fisicidad, el transporte marítimo depende de tecnicismos abstractos que crean zonas económicas especiales, otorgan el control de puertos a corporaciones extranjeras, permiten a naciones sin litoral vender banderas de conveniencia y crean vacíos legales para que las navieras contraten mano de obra barata a bordo. Las transacciones que financian los movimientos de estos bienes—la transferencia silenciosa de sumas indecentes en pantallas—tampoco siguen necesariamente una geografía directa. Las rutas que toman las personas, el dinero y las cosas para cruzar el globo no trazan el vuelo del cuervo. Sus caminos son retorcidos, vacilantes y tortuosos—y intencionadamente.

Solo en Estados Unidos, hay 193 "zonas de comercio exterior" activas exentas de derechos aduaneros federales. Emplean a alrededor de 460,000 personas (¡la población de Palm Springs!) y ven moverse cientos de miles de millones de dólares en mercancía, desde partes de automóviles hasta productos farmacéuticos, a lo largo de un año, para ser almacenada, alterada o ensamblada. En un mundo compuesto por 192 países, en el último recuento, se estima que hay 3,000 de estos espacios acotados. En China, el Banco Mundial estima que las zonas económicas especiales han contribuido con el 22% del PIB del país, el 45% de la inversión extranjera directa nacional total y el 60% de las exportaciones.

O miremos incluso hacia la cultura. Se cree que obras de arte por valor de miles de millones de dólares se guardan en almacenes especiales exentos de derechos aduaneros nacionales, junto con cajas de vino, pilas de oro y cajas de joyas. El daño aquí es doble: no solo no hay nadie presente para admirar, estudiar y entender estos Monets y Picassos secuestrados, sino que sus propietarios podrían estar ocultándolos por razones más nefastas, como evadir impuestos o esquivar una demanda.

Estos puertos libres inspiraron la película Tenet de Christopher Nolan. Tenet es una película de acción llena de tiroteos y persecuciones de coches cuya trama gira en torno a la idea de que el tiempo no siempre es lineal (lo cual—alerta de spoiler—importa mucho en un tiroteo o una persecución). La película transcurre casi enteramente offshore: en yates, en parques eólicos y en estos almacenes, que están geográficamente "en" un país pero disfrutan de un estatus extraterritorial ficticio.

En su elección de escenarios, el director dio con algo más profundo de lo que la película podría dejar traslucir: El globo oculto puede suspender el tiempo y el lugar. trastorna nuestra sensación de dónde estamos.

Mi creciente interés en estas jurisdicciones extrañas coincidió con lo que parecía un cambio geopolítico radical. Donald Trump acababa de ser elegido presidente en Estados Unidos y hablaba mucho sobre acabar con el "globalismo". Narendra Modi, Victor Orbán, Jair Bolsonaro y Rodrigo Duterte habían ganado elecciones en India, Hungría, Brasil y Filipinas con plataformas abiertamente nacionalistas. Los británicos se preparaban para aprobar el Brexit, mientras las naciones europeas luchaban por reconciliar sus supuestos compromisos con los derechos humanos con la llegada de grandes números de solicitantes de asilo a sus fronteras. Los expertos proclamaban que la era de la globalización sin restricciones estaba llegando a su fin, y los políticos nacionalistas alimentaban a esos expertos con lo que querían en forma de racismo, xenofobia y el ocasional arancel comercial.

En las páginas del Financial Times y The Economist, en CNBC, y en docenas de sitios web y publicaciones más, los columnistas decían adiós al Hombre de Davos. ¡El estado-nación había vuelto, nena!

El tono de estas conversaciones públicas—y en particular, la binariedad entre nacionalismo y globalismo que estaba tomando forma—me molestaba. Habiendo crecido en Ginebra, con sus muchos enclaves, sabía que se podía estar en dos lugares a la vez: en suelo suizo, pero bajo jurisdicción extranjera; sujeto a algunas leyes suizas, pero inmune a otras. A una escala mucho mayor, parecía obvio que ser parte de una nación, territorialmente o de otro modo, no impedía participar en la economía global. Precisamente por eso Ginebra estaba tan llena de organizaciones internacionales. Tenías que estar en algún sitio.

También noté que los llamados antiglobalistas en las noticias tenían una forma de hacer las cosas terriblemente, bueno, global. Donald Trump dirigía hoteles y campos de golf por todo el mundo, además de tener algo por las mujeres extranjeras. Su séquito de alto perfil también parecía siempre tener un pie fuera de la puerta. Se reveló que Peter Thiel, el inversor libertario convertido en donante conservador, se había comprado la ciudadanía neozelandesa en el preciso momento en que abrazaba la ideología America First de Trump. Steve Bannon, a menudo retratado en la prensa como el cerebro de Trump, se asociaba con nacionalistas de otros países para globalizar su visión de fronteras cerradas—desde un castillo italiano. Poco antes del Foro Económico Mundial de 2017—el primero de la administración Trump— envié un correo electrónico a la organización para preguntar cuántas veces habían asistido los miembros de su delegación. La respuesta me dejó atónito. Aunque el secretario de Energía, Rick Perry, solo había asistido una vez antes, el secretario de Estado, Rex Tillerson, había estado en Davos tres veces. Elaine Chao, al frente del Departamento de Transporte, se preparaba para su quinta visita. Y Robert Lighthizer, el secretario de Comercio, tenía quince muescas en sus bastones de esquí.

Los políticos no son conocidos por ser particularmente consistentes en sus creencias. Pero el abismo entre lo que estos hombres y mujeres representaban y lo que realmente hacían—no solo en sus vidas personales, sino con su dinero, y profesionalmente—parecía revelar más que una hipocresía oportunista. Sugería que el sistema en el que todos vivimos está hecho para esto: para reconciliar fronteras cerradas con la máxima capitalista del libre comercio.

A medida que comencé a entender estas contradicciones más claramente, identifiqué los lugares apartados para reconciliarlas para que la vida cotidiana pudiera continuar: los lugares por encima, por debajo, y a veces dentro de las naciones, en jurisdicciones especiales que están largely ocultas, y en leyes que se extienden tan más allá de las fronteras de un país que están físicamente fuera de alcance. Estos lugares también permiten a los políticos seguir hablando de sus fronteras, aranceles y muros sin perder negocio. Este juego de rayuela, argumenta el economista Ronen Palan en su premonitorio libro de 2003, The Offshore World, ofrece a los estados "una forma políticamente aceptable, aunque incómoda, de reconciliar las crecientes contradicciones entre su ideología territorial y nacionalista... y su apoyo a la acumulación capitalista a escala global".

Estos lugares no son exactamente secretos, pero están tan dispersos y son tan dispares que a primera vista parecen rarezas discretas, en lugar de una red o un sistema. Esa es una de las razones por las que permanecen tan ocultos a plena vista.

Tendemos a pensar en nosotros mismos como ciudadanos, o al menos residentes, de una nación. Después de todo, las lecciones que la mayoría encontramos en la escuela incluían un mapa del mundo dividido por líneas en países. Aprendimos que cada país tiene un gobierno; y cada gobierno gobierna sobre su tierra, sus cosas y su gente. La idea de una tierra, una ley, un pueblo y un gobierno es dominante, poderosa y a menudo precisa. Forma la base de gran parte de la ley nacional e internacional.

El globo oculto es una especie de transfiguración de este mapa, una acumulación de grietas y concesiones, suspensiones y abstracciones, espacios acotados y zonas libres, y otros lugares sin nacionalidad en el sentido convencional, que se extienden desde el fondo del océano hasta el espacio exterior. El globo oculto es un orden mundial mercenario en el que el poder de hacer y moldear la ley se compra, se vende, se piratea, se reforma, se desterritorializa, se reterritorializa, se trasplanta y se reimagina. Es el poder estatal catapultado más allá de las fronteras de un estado. Es también la abdicación selectiva de un estado de ciertos poderes dentro de su competencia: enclaves llenos no de ausencia de ley, sino de leyes diferentes, más extrañas.

El concepto de vacío legal (loophole) se originó en el siglo XVII para describir las pequeñas aberturas verticales en un muro de castillo a través de las cuales los arqueros podían disparar sin riesgo de exposición al enemigo. Su significado moderno no ha cambiado tanto, solo que los arqueros ahora son abogados, consultores y contables—y la fortaleza es el estado mismo.

El deseo de crear excepciones no es nuevo: las comunidades siempre han apartado lugares para la contemplación, el ritual y la adoración. Los celtas los llamaban "lugares delgados" (thin places), donde se decía que la distancia entre el cielo y la tierra era más corta.

Hoy, nuestros "otros lugares" y "en ninguna parte" no son lugares de ofrendas, sino lugares de evasión. Nos recuerdan lo nuevo que es nuestro mundo de estados independientes con fronteras—un molde cuyo contenido comenzó a solidificarse solo después de la descolonización—y su vulnerabilidad a fuerzas más poderosas.

Los capitalistas, en su eterna búsqueda de ganancias, consideran las jurisdicciones liminales y offshore como fronteras. Este libro trata tanto sobre estos frontiers modernos como sobre sus campos de batalla. Pero el suyo no es un régimen sin restricciones de fronteras abiertas. Si bien la existencia del globo oculto podría parecer desafiar el mito de la nación unificada y significativa, la nación es un concepto demasiado pegajoso y políticamente conveniente para deshacerse de él por completo. De hecho, el globo oculto puede empoderar al nacionalismo más xenófobo y excluyente. Y estas políticas no son solo dominio de la derecha política. Ya sean republicanos o demócratas, conservadores o liberales, los regímenes detrás de ellos apuntan a traer a las personas correctas y mantener fuera a las incorrectas.

Al permitir políticas de inmigración nacionalistas, el globo oculto circunscribe así las vidas de las personas más desfavorecidas del mundo: hay detenidos languideciendo en prisiones offshore en el Caribe y el Pacífico, trabajadores empobrecidos procesando goods para exportar en zonas industriales libres de impuestos en todo el Sur Global, marineros y solicitantes de asilo atrapados en embarcaciones que no pueden abandonar por falta de papeles. Cuando una persona no puede quedarse en casa y no es deseada en el extranjero, podría terminar en un tercer espacio: ni aquí ni allí.

Ver estos espacios por lo que son cambió la forma en que veía el mundo, y creo que también cambiará la forma en que tú lo ves.

En los capítulos siguientes, aprenderás cómo mi ciudad natal, Ginebra, y su nación, Suiza, sentaron las bases del mundo en que vivimos, a través de las personas, guerras y leyes que lo moldearon. Descubrirás cómo este modelo inspiró a otros estados a empujar sus fronteras más y más lejos—hacia alta mar, hacia el fondo del océano e incluso hacia el espacio profundo. Visitarás almacenes secretos, salas de tribunal virtuales y agujeros negros legales controlados por democracias occidentales y sus aliados. Pasarás tiempo en una zona franca de bienes, y reflexionarás sobre si deberíamos construir también zonas francas para las personas.

Los individuos que perfilo—que, debo añadir, se tomaron el tiempo para compartir su visión del mundo, sus métodos y sus ideales—son solo una muestra de un grupo mucho más grande que opera en el contexto de fuerzas histórico-mundiales. Estoy agradecido por su participación y no estoy aquí para juzgar sus elecciones. Pero sí espero que mi posición sobre el impacto del globo oculto sea clara. Cuando los ciudadanos más ricos esconden su dinero en lugar de pagar impuestos, los pueblos y municipios se las arreglan con menos, lo que significa peores escuelas, carreteras, infraestructura y atención médica. Cuando ese dinero termina en centros offshore, o es canalizado a través de ellos hacia occidente, la desigualdad crece. En un momento en que el dinero se transfiere desproporcionadamente de países pobres a ricos, y no al revés, necesitamos pensar en los mecanismos que hacen que eso suceda. Cuando el 90% de las mercancías viajan en barcos que pueden evadir fácilmente la responsabilidad por las emisiones de carbono o las prácticas laborales, nuestros mariscos terminan siendo procesados por esclavos, y nuestros electrodomésticos vienen con una porción de contaminación. Una población refugiada permanente en cualquier lugar proyecta una sombra sobre el compromiso de nuestros países con los derechos humanos y la decencia básica. Para aquellos de nosotros en estados nominalmente democráticos, proyecta una sombra sobre todos nosotros.

También quiero dejar claro que recurrir al nacionalismo no es la solución. Para saber dónde estamos parados cualquiera de nosotros—políticamente, económicamente, incluso físicamente—necesitamos mirar profundamente en las grietas entre las fronteras. Solo allí podemos ver nuestro verdadero reflejo en este mundo—y comenzar a construir uno mejor.

The Hidden Globe: How Wealth Hacks the World

 Atossa Araxia Abrahamian

Esta es la introducción del libro, traducida libremente. Recomindo la obra completa, y a la autora en general.

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La secesión de las élites

 “No sólo las élites no comparten las mismas experiencias que las categorías populares, sino que contemplan con desprecio sus reivindicaciones, las juzgan ilegítimas y… en definitiva, tienen el estado de espíritu de que… el pueblo nos jode . Cuesta caro, nos hace ralentizar, nos fastidia nuestros placeres...La revuelta de las élites es una forma de secesión. El pueblo debe estar al servicio de las élites; pero como protesta (las élites) se buscan un pueblo sustituto, más dócil, por el lado de los inmigrantes”

Laurent Bouvet

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Responder a la ideas de autoyuda

—Vive como si cada día de tu vida fuera el último.

Si viviera así, ya hace tiempo que estaría en la cárcel...

Feindesland. Cada tela teje su araña.

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Los ordenadores y las métáforas

Hace mucho tiempo, en una clase de Lengua, aprendí la definición de metáfora, que era más o menos así:

Una metáfora es una figura retórica que describe un objeto o una acción de un modo que no es literal, pero que ayuda a explicar una idea o a establecer una comparación. […] Las metáforas se utilizan en la poesía, la literatura y siempre que alguien quiere adornar un poco su vocabulario.

Mi profesor de Lengua nos dio ejemplos de metáforas, incluidos los versos más famosos de Shakespeare. «¿Qué luz alumbra aquella ventana? / Es el este, y Julieta es el sol». O «La vida es una sombra que camina, un mal actor / que en escena se inquieta y contonea / y nunca más se le oye». Y así sucesivamente. Me quedé con la idea de que la metáfora se utilizaba sobre todo para condimentar lo que, sin ella, podría ser anodino.

Muchos años después, leí el libro Metáforas de la vida cotidiana, escrito por el lingüista George Lakoff y el filósofo Mark Johnson. Mi anterior concepción de la metáfora sufrió un vuelco (si me perdonan la metáfora). La tesis de Lakoff y Johnson es que nuestro lenguaje cotidiano no solo está repleto de metáforas que suelen sernos invisibles, sino que nuestra comprensión de básicamente todos los conceptos abstractos se basa en metáforas derivadas de conocimientos físicos básicos. Lakoff y Johnson aportan pruebas de su tesis en forma de una amplia colección de ejemplos lingüísticos, que demuestran cómo conceptualizamos conceptos abstractos como tiempo, amor, tristeza, ira y pobreza usando términos de conceptos físicos concretos.

Por ejemplo, Lakoff y Johnson señalan que hablamos del concepto abstracto de tiempo con términos que se aplican al concepto más concreto de dinero. «Gastamos» o «ahorramos» tiempo. A menudo «no podemos desperdiciar el tiempo». A veces el tiempo que gastamos «vale la pena» y hemos «utilizado el tiempo de forma provechosa». Quizá conocemos a alguien que tiene «los días contados».

Del mismo modo, conceptualizamos estados emocionales como la felicidad y la tristeza en forma de direcciones físicas, hacia arriba y hacia abajo. Podemos «sentirnos hundidos» y «caer en una depresión». Nuestro estado de ánimo puede «caer a toda velocidad». Nuestros amigos suelen «levantarnos el ánimo» y nos dejan con «la moral alta».

Si vamos más allá, solemos conceptualizar las relaciones sociales en términos de temperatura física. «Me dieron una cálida bienvenida». «Me miró con frialdad». «Me trató fríamente». Estas expresiones están tan asentadas que no nos damos cuenta de que estamos hablando en lenguaje metafórico. La afirmación de Lakoff y Johnson de que estas metáforas revelan la base física de nuestra comprensión de los conceptos apoya la teoría de Lawrence Barsalou de que comprendemos mediante la simulación de modelos mentales construidos a partir de nuestro conocimiento básico.

Los psicólogos han investigado estas ideas a través de muchos experimentos fascinantes. Un grupo de científicos observó que la zona del cerebro que se activa cuando una persona piensa en el calor físico parece ser la misma que cuando piensa en el calor social. Para investigar las posibles consecuencias psicológicas, los investigadores llevaron a cabo un experimento con un grupo de sujetos voluntarios. Cada sujeto hizo un corto viaje en ascensor, acompañado por un miembro del equipo, hasta el laboratorio de psicología. Durante el trayecto, el miembro del laboratorio pedía al sujeto que sostuviera una taza de café caliente o helado «durante unos segundos» mientras él escribía el nombre de esa persona. Los sujetos no sabían que eso formaba parte del experimento. En el laboratorio, cada sujeto leía una breve descripción de una persona ficticia y se le pedía que valorara varios rasgos de su personalidad. Los que habían sostenido el café caliente en el ascensor consideraron a la persona de ficción mucho «más cálida» que los que habían sostenido el café helado.

Otros investigadores han obtenido resultados similares. Además, esta vinculación entre «temperatura» física y social también parece existir a la inversa: otros psicólogos han descubierto que las experiencias sociales «cálidas» o «frías» hacen que los sujetos sientan más calor o frío físico.

Aunque estos experimentos e interpretaciones siguen siendo objeto de controversia en el mundo de la psicología, se puede interpretar que los resultados respaldan las teorías de Barsalou y de Lakoff y Johnson: entendemos conceptos abstractos en términos de conocimientos físicos básicos. Si se activa mentalmente el concepto de calidez en sentido físico (por ejemplo, al sostener una taza de café caliente), se activa también el concepto de calidez en sentido más abstracto y metafórico, como al juzgar la personalidad de alguien, y viceversa.

Es difícil hablar de comprensión sin hablar de conciencia. Cuando empecé a escribir este libro, tenía pensado evitar por completo la cuestión de la conciencia, porque está llena de problemas científicos. Pero he decidido que me voy a permitir especular un poco. Si nuestra comprensión de conceptos y situaciones consiste en realizar simulaciones utilizando modelos mentales, quizá el fenómeno de la conciencia —y toda nuestra concepción del yo— proviene de nuestra capacidad para construir y simular modelos de nuestros propios modelos mentales. No solo puedo simular mentalmente, por ejemplo, el acto de cruzar la calle mientras hablo por teléfono, sino que puedo simularme mentalmente a mí misma pensándolo y puedo predecir lo que quizá voy a pensar a continuación. Tengo un modelo de mi propio modelo. Modelos de modelos, simulaciones de simulaciones: ¿por qué no? Y así como la percepción física del calor, por ejemplo, activa una percepción metafórica del calor y viceversa, nuestros conceptos relacionados con las sensaciones físicas pueden activar el concepto abstracto del yo, que se retroalimenta a través del sistema nervioso para producir una percepción física del yo, o de la conciencia, si se prefiere. Esta causalidad circular es similar a lo que Douglas Hofstadter llamaba el «extraño bucle» de la conciencia, «en el que los niveles simbólico y físico se retroalimentan mutuamente y vuelven la causalidad del revés, de forma que parece que los símbolos tienen libre albedrío y han adquirido la capacidad paradójica de mover las partículas, en lugar de lo contrario».

Inteligencia artificial. Melanie Mitchell.

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Esas cosillas de los europeos

Con todo, el hecho de que Letonia se presente o se considere una especie de virgen democrática (y, por tanto, rusófoba) no deja de ser desconcertante. Es cierto que un nacionalismo intrínseco permitió a las repúblicas bálticas librarse de la dominación rusa tras la Primera Guerra Mundial. Pero Estonia y Letonia (esta última se correspondía aproximadamente, en la época zarista, con Livonia, que también incluía una parte de la actual Estonia) destacaron por su apoyo al bolchevismo, muy superior a la media rusa. En las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1917, la media de los bolcheviques en el conjunto del antiguo Imperio zarista fue del 24% de los votos[1]. ¡En Estonia, obtuvieron el 40% y en Livonia, el 72%! También debemos recordar a la Guardia letona, mimada por Lenin y que desempeñó un papel tan importante durante la Revolución rusa como fuerza encargada de mantener el orden. Una encuesta realizada en 1918 entre los primeros miembros de la Cheka, la policía política bolchevique, precursora del KGB, luego FSB, revela la afinidad de los letones con el comunismo. De una muestra de 894 individuos (los escalafones superiores de la jerarquía), sólo 361 eran rusos y 124 letones, 18 lituanos, 12 estonios, 21 ucranianos, 102 polacos y 116 judíos[2]. La sobrerrepresentación de minorías en una institución revolucionaria es de por sí normal, pero ese 13,8% de letones, que no representaban más del 2% de la población en el Imperio ruso, no está nada mal. Desde un punto de vista antropológico, no hay sorpresas: la estructura familiar tradicional de los Estados bálticos, en particular Estonia y Letonia, era comunitaria de tipo ruso, productora espontánea de autoritarismo e igualitarismo, así pues, de comunismo. Este fondo antropológico báltico se integró en la OTAN y en la Unión Europea en 2004.

Volvamos a las antiguas democracias populares, Hungría al margen. Hay un contraste sorprendente entre, por un lado, su resentimiento hacia Rusia y, por otro, la forma en que perdonaron a Alemania, a pesar de que había arrasado la región durante la Segunda Guerra Mundial y de que la Wehrmacht tuvo un comportamiento más despiadado que el Ejército Rojo. El entusiasmo con que los checos vendieron Skoda a Volkswagen en lugar de a Renault fue asombroso. Dada la importancia de la industria automovilística, se eligió entrar en la misma esfera germánica de la que tanto le había costado salir a Bohemia. De hecho, que países que a menudo fueron mártires del nazismo tomaran decisiones de este tipo plantea un verdadero interrogante al historiador. En momentos de abatimiento y mal humor, a veces me pregunto si, en ciertas naciones de Europa del Este, no hay un reconocimiento más o menos consciente hacia Alemania por haberlos librado de su «problema judío».

La derrota de Occidente. Emmanuel Todd.

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La nueva lucha de clases. Definiciones

“La lucha de clases es un mito del pasado”, eso es lo que afirman las narrativas oficiales. “Lo que toca hoy es hablar de las luchas feministas, poscoloniales, ecologistas, LGTBIQ”, eso es lo que afirma la izquierda posmoderna. Hablemos de la “sociedad civil”, hablemos de los “ciudadanos”, hablemos de la “gente”. No hablemos de “los trabajadores”, no hablemos del “pueblo” (hablar del pueblo es populista, fascista…).

Pero la lucha de clases existe y en eso Marx tenía razón. Son los dominadores los que la están ganando mientras los dominados pierden el tiempo en contradicciones artificiales u obsoletas. La lucha de clases existe y no hay más que seguir sus metamorfosis. ¿Dónde podemos encontrarla?

La lucha de clases se encuentra en las mil y una prerrogativas que los de arriba organizan en perjuicio de los de abajo. Hay lucha de clases en la precarización del trabajo, en las burbujas especulativas, en las deslocalizaciones, en las fortunas que crecen más rápido que la economía general, en la evasión de impuestos, en las desigualdades que no permean en el bienestar general, en la secesión de los ricos respecto a sus países de procedencia. Hay lucha de clases en los desahucios por los fondos buitre, en la privatización de beneficios y en la socialización de pérdidas, en la gentrificación de las ciudades, en la flexiseguridad y en las “reformas”. Pero no sólo ahí se encuentra la lucha de clases. También se encuentra en otros aspectos.

Cuando las patronales importan mano de obra barata de otros países, ahí hay lucha de clases .

Cuando se impone el multiculturalismo a las clases populares autóctonas, ahí hay lucha de clases.

Cuando las ayudas a los foráneos se hacen en detrimento de los autóctonos (que son siempre los más humildes), ahí hay lucha de clases.

Cuando los financieros internacionales apoyan a la migración ilegal (y las ONGs hacen un negocio de ello), ahí hay lucha de clases.

Cuando una casta burocrática impone un Pacto Global de Migraciones sin consultar ni a los parlamentos ni a los pueblos, ahí hay lucha de clases.

Cuando las élites que predican la “diversidad” viven en barrios segregados y con seguridad privada, ahí hay lucha de clases.

Cuando se permite la proliferación del lumpen, la delincuencia y las okupaciones en los barrios populares, ahí hay lucha de clases.

Cuando se solicita la abolición de las fronteras y se atenta contra la cohesión social, ahí hay lucha de clases.

Cuando se rechaza en referéndum la adopción de un Tratado europeo (Tratado de la Constitución europea) y las élites lo reintroducen por la puerta de atrás (Tratado de Lisboa), ahí hay lucha de clases.

Cuando un pueblo vota su salida de la Unión Europea y una élite política, económica y mediática boicotea el resultado, ahí hay lucha de clases.

Cuando la élite hace votar a un pueblo dos veces sobre el mismo tema para que “corrija” su voto, ahí hay lucha de clases.

Cuando la élite se niega a hacer referéndums sobre las cuestiones más esenciales, ahí hay lucha de clases .

Cuando las burguesías locales fomentan secesionismos para eximirse de la solidaridad con las regiones más débiles –como está sucediendo en una de las más viejas naciones de Europa–, ahí hay lucha de clases.

Cuando se crean impuestos para las clases medias y trabajadoras que serán inocuos para las multinacionales y las grandes fortunas, ahí hay lucha de clases.

Cuando se practica la denigración cultural de franjas enteras de la población (medios rurales, poblaciones autóctonas, votantes “populistas”), ahí hay lucha de clases.

Cuando se presentan propuestas para limitar la democracia porque “los problemas son demasiado complejos y la gente demasiado ignorante”, ahí hay lucha de clases.

Cuando los medios de comunicación ocultan los problemas, tergiversan y mienten para “no alimentar el populismo”, ahí hay lucha de clases.

Cuando se destruye a la familia y se ataca la cohesión entre las clases trabajadoras, ahí hay lucha de clases.

Cuando se destruye la autoridad de los profesores y se arruina la educación de los alumnos, ahí hay lucha de clases.

Cuando se imponen ingenierías sociales alumbradas en universidades elitistas norteamericanas, ahí hay lucha de clases.

Cuando las universidades masificadas se convierten en fábricas de precariado, ahí hay lucha de clases.

Cuando la lucha contra el cambio climático recae sobre los más pobres (impuestos al diésel, a las autovías, al consumo de carne), ahí hay lucha de clases.

Cuando el suicidio es la segunda causa de muerte entre los agricultores detrás del cáncer (datos de la Mutualidad Social Agrícola en Francia), ahí hay lucha de clases.

Cuando desde el poder mediático se impone la corrección política y se aliena el lenguaje de la gente corriente, ahí hay lucha de clases.

Cuando se deconstruye un país y se aliena la identidad de sus habitantes, ahí hay lucha de clases.

Cuando se denigra a una civilización y se aliena la identidad de sus pueblos, ahí hay lucha de clases.

Cuando una oligarquía transnacional globalizada se impone sobre las naciones y los pueblos, ahí hay lucha de clases.

Adriano Erriguel.

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Depresivos

El sistema neoliberal no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo.

Psicopolítica. Byung Chul Han

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Israel frente al hombre invisible

Como en todo proyecto colonial, los colonos israelíes hubieron de cerrar deliberadamente los ojos a realidades de varios tipos. El legendario periodista de investigación estadounidense I. F. Stone apoyó la creación de una patria judía en Palestina, y hasta llegó a embarcarse en una de las naves clandestinas, llenas de supervivientes del Holocausto, que en 1946 llegaron por fin a un puerto seguro en «una Haifa de color de estuco».[29] Pero, tras la guerra de 1967, admitió: «Para los sionistas, el árabe era el hombre invisible. Desde el punto de vista psicológico, no estaban allí».[30] Lo dijo aún más claro la primera ministra Golda Meir: «Los palestinos eran una ficción […]. No existían».[31] El gran poeta palestino Mahmoud Darwish trazó el mapa de ese estatus espectral —el de ser un «presente ausente»— en su libro En presencia de la ausencia.[32] Sostener la mentira de la ausencia de población autóctona, bien conocida por todos los proyectos de asentamiento colonial, requería no poco esfuerzo. La Fundación Nacional Judía plantó pinos encima de aldeas palestinas y de sistemas de terrazas agrícolas con siglos de antigüedad. Los topónimos hebreos reemplazaron a los árabes. Se arrancaron, y se siguen arrancando, olivos, algunos de ellos milenarios. Como explica el periodista Yousef Al Jamal, «los colonos israelíes siguen adelante con su incansable campaña de arranque de olivos porque ese árbol les recuerda la existencia de los palestinos».[33]

Se daban, no obstante, diferencias esenciales en esta versión doppelganger del asentamiento colonial. Una era el momento. Tras la Segunda Guerra Mundial, cobraron fuerza por todo el sur mundial movimientos anticolonialistas, con una ola tras otra de fuerzas nacionalistas que alzaban la voz para rechazar los mandatos coloniales y reclamar el derecho de autodeterminación. En los primeros años de la posguerra, en torno a lo que más tarde sería el Estado de Israel, las antiguas colonias proclamaban su independencia: los franceses se vieron obligados a renunciar definitivamente a la administración de Siria y el Líbano y a retirar sus tropas en 1946; ese mismo año, Jordania conquistó su independencia de Gran Bretaña; los egipcios se rebelaban abiertamente contra la presencia permanente de los británicos. Israel, que se convirtió en Estado en 1948, fue a la vez fruto y llamativa excepción entre aquellas fuerzas. El Gobierno de Londres revocó su mandato colonial en el contexto, más amplio, de la reducción de un Imperio que en su cénit se había extendido por todo el planeta. Aprovechando que una discreta población de judíos había vivido en Palestina de manera continuada, los sionistas catalogaron su lucha como de liberación nacional: al igual que otros pueblos oprimidos, aspiraban a un Estado propio. Claro que, desde el punto de vista de la población palestina, mucho más numerosa, y que estaba siendo expulsada de sus hogares, de sus tierras y de sus comunidades para hacer sitio a un país de nuevo cuño, Israel era lo menos parecido a un proyecto anticolonialista. Era, de hecho, lo contrario: un asentamiento de colonos en un momento en que el resto del mundo caminaba en la dirección opuesta. Y eso solo podía tener efectos incendiarios.

El asentamiento colonial de Israel se distinguía de sus predecesores en otro aspecto. Si las potencias europeas habían colonizado desde una posición de fuerza y con la justificación de una superioridad conferida por Dios, la reivindicación sionista de Palestina tras el Holocausto se basaba en lo contrario: en la victimización y la vulnerabilidad de los judíos. El argumento tácito que muchos proponían en aquella época era que los judíos se habían ganado el derecho a que se hiciera con ellos una excepción al consenso colonial: una excepción que derivaba de haber estado muy recientemente al borde de la extinción. La versión sionista de la justicia estaba diciendo a las potencias coloniales: si vosotros pudisteis establecer vuestros imperios y vuestras naciones coloniales mediante la limpieza étnica, las matanzas y el robo de tierras, decir que nosotros no podemos es discriminación. Si vosotros barristeis de vuestras tierras a sus habitantes originarios, o hicisteis eso mismo en vuestras colonias, decir que nosotros no podemos es antisemitismo. 

Doppleganger. Naomi Klein.

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Sobre putas y puteros

¿Pero quién hace más mal,

aunque cualquiera mal haga?

¿La que peca por la paga

o el que paga por pecar?

Sor Juana Inés de la Cruz

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Quién alimenta a quién

Por eso Matrix y sus secuelas nos ofrecen un paisaje metafórico tan útil para entender la era digital, y es que no se trata solo de la pastilla roja y de la pastilla azul.

En Matrix, los humanos, quienes viven su vida en unos receptáculos sintéticos, no son más que alimento para las máquinas.

Muchos sospechamos que nosotros también nos hemos convertido en alimento para máquinas, y, en cierto modo, así es.

Dopplegänger. Naomi Klein

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El idiota orbital

No sólo era idiota: generaba un campo mental a su alrededor que volvía idiotas a todos los que lo rodeaban a determinada distancia.

El aprendiz de guerrero. Lois McMaster Bujold.

Tengo una idea muy precisa de a quién se lo dedicaría, pero nunca me han metido un strike por insultos directos y no va a ser ahora la primera vez.

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Los que están contra el derecho a heredar

Los que están en contra de la riqueza hereditaria no sólo demuestran que son unos inútiles incapaces de crear nada para sus hijos, sino que declaran también, supongo que involuntariamente, que sus padres también lo eran.

Otto Ohlendorf. (Entrevistado por Joe Heydecker)

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Deconstrucción posmoderna de Adriano Erriguel (de esa que odiáis, pero la voy a hacer)

Hoy a mi pesar me encuentro en el tema de querer desmontar mitos. Mitos sobre el posmodernismo y su supuesto anti-intelectualismo y anti-cientifismo. Y bueno... a mi pesar vamos a analizar deconstructivamente el artículo que @feindesland ha publicado de un tal Adriano Erriguel. El artículo en concreto está aquí aunque lo iré citando párrafo por párrafo. Y todos mis respetos tanto a Adriano como a @feindesland. Pero bueno... ¡Vamos allá!

Es bien sabido que, desde un punto de vista filosófico, la posmodernidad irrumpió como la muerte de los llamados “grandes relatos”: las construcciones ideológicas que suministraban explicaciones omnicomprensivas de la realidad: las religiones, el patriotismo, el marxismo, el progresismo, etc. Todas estas construcciones ideológicas eran, huelga decirlo, mortalmente serias 

Desde el inicio, el texto incurre en una generalización abusiva y engañosa: afirma que “es bien sabido que la posmodernidad trajo consigo la implosión de la Verdad”, como si de una ley aceptada universalmente se tratase. Esa fórmula –“es bien sabido”– no es inocente: actúa como dispositivo de autoridad, como si la afirmación no necesitara ser argumentada porque pertenece ya al sentido común. Pero lo que sigue es todo menos incuestionable.

La afirmación de que la posmodernidad eliminó la verdad es una distorsión forzada del pensamiento posmoderno. La crítica que autores como Lyotard, Foucault o Derrida realizaron no se dirigía contra las verdades verificables mediante el método científico, sino contra los “grandes relatos” legitimadores: es decir, las ideologías totalizantes que pretendían ofrecer un sentido universal y definitivo de la historia, del progreso, de la moral o de la identidad. Cuestionar el colonialismo, el patriarcado o el cientificismo como formas de poder no es negar que el agua hierva a 100 °C a una atmósfera de presión.

👉 En ningún momento estos pensadores sostuvieron que las ciencias formales como las matemáticas, o las ciencias naturales como la física, fueran "relatos" intercambiables con la astrología o la religión. De hecho, la matemática sigue funcionando con lógica deductiva y principio del tercero excluido, y la física mantiene su estructura falsable basada en modelos predictivos y estadística empírica. Eso no cambió, ni se implosionó.

Confundir ese tipo de conocimiento con “narrativas” al estilo mitológico o ideológico es caer en un relativismo que los propios posmodernos habrían criticado si se les hubiera atribuido con justicia. Además, esta confusión mina cualquier posibilidad de análisis serio, porque equipara la estructura epistemológica de la ciencia con las estructuras de poder simbólico que la posmodernidad buscó desmantelar.

En resumen: el texto se presenta como “analítico” pero incurre, ya de entrada, en un abuso de autoridad discursiva, en una falsa atribución (la posmodernidad niega la verdad), y en una comparación tramposa entre niveles de realidad radicalmente distintos. Y eso no es "bien sabido". Eso es desinformación.

A partir de los años setenta del pasado siglo la posmodernidad introdujo un elemento de juego, de aleatoriedad y de cinismo en un mundo en el que la Verdad había implotado, y en el que los metarrelatos daban paso a una miríada de microrrelatos, todos ellos tan válidos como irrelevantes. Conviene tener presente que la posmodernidad filosófica se define, ante todo y por encima de todo, por los juegos de lenguaje . Desde sus presupuestos casi todo se reconduce a una cuestión de semiótica , al libre juego entre el significante y el significado , a la desacralización del lenguaje, que se ve expuesto como envoltura retórica con infinitos niveles de lectura. Nada hay, por tanto, que pueda salvarse de la quema: todo es susceptible de ser deconstruido en inacabables juegos lingüísticos con un horizonte de autonomía absoluta desde el momento en que ninguno de ellos remite a una realidad trascendente .

Claaaaro, el problema es que el posmodernismo juega con el lenguaje. ¡Qué travesura! Como si antes del posmodernismo todo el mundo hubiera usado el lenguaje con bisturí quirúrgico y respeto sagrado. Pobrecito el significante, desamparado, sin su significado, vagando por los márgenes de la historia mientras Derrida se ríe con voz de villano.

Y por supuesto, la... ¡chan chan cháaaaan! semiótica... esa cosa malvada que vino a decirnos que el lenguaje es una herramienta y no una paloma blanca enviada por los dioses. ¡Escándalo! ¿Cómo se atreven a decir que antes de contar vacas necesitamos comunicarnos para que no nos maten mientras las contamos? Pero bueno… sigamos culpando al posmodernismo de todo: del caos, del lenguaje, de la alergia primaveral y de que se nos quemen las tostadas. Porque sí, el lenguaje es una herramienta, y además una de las más antiguas, versátiles y democráticas que tenemos. No hay nada que “desacralizar” porque nunca fue sagrado: fue útil. Antes de contar ovejas ya nos comunicábamos y hasta hay gente que dice que para tener una propiedad pública y común que arrastrábamos en caravanas, cuando las riquezas y lo no prescindible pesaban demasiado.

El lenguaje sirve para sobrevivir, para coordinar, para amar, para engañar, para imaginar… ¿y ahora resulta que jugar con él es algo peligroso o radical? No, lo peligroso sería no poder jugar con él.

👉 Que haya quien use el lenguaje para provocar, crear, subvertir o simplemente decir estupideces… pues claro. Para eso sirve. Como cualquier herramienta: depende de quién la use y para qué. ¿O acaso el martillo es malo porque alguien lo usó para romper una ventana? 

Toda esta cocción deconstruccionista –cuyas cabezas pensantes serían conocidas en América como la “french theory”– pasaría a proporcionar, en los años setenta, cierta credencial teórica al vendaval de gamberradas y de provocaciones que pasó a alojarse bajo el nombre de contracultura . Tomando el relevo de los situacionistas de los años 1950 y 60 (que estaban todavía lastrados de utopismo marxista) los “jóvenes airados” de la posmodernidad se alzaban sobre la quiebra del sistema valorativo burgués, al tiempo que cabalgaban las angustias e incertidumbres de la nueva sociedad posindustrial. En cierto modo estos jóvenes representaban la inversión nihilista y sarcástica del activismo progresista de 1968
Con la llegada de la posmodernidad, los dogmatismos ideológicos cedían el paso a una época en la que los punk se adornaban con esvásticas (corte de mangas al establishment de la Segunda Guerra Mundial), en la que las bandas de rock tenían nombres fascistas o anarquistas –Joy Division , New Order , Durruti Column –, en la que el “sex pistol” Sid Vicious disparaba sobre el público en un concierto y en la que el rockero Alice Cooper anunciaba que iba a colgar a un enano en el escenario. Provocaciones que hoy serían imposibles, pero que entonces a nadie se le ocurría tomar demasiado en serio. Al fin y al cabo, todo era una gigantesca broma –los punk eran compulsivos bromistas (pranksters )–, una distorsión irónica entre significantes y significados. Siguiendo la semiótica posmoderna todo parecía indicar que, al negarse la univocidad y la objetividad del lenguaje, al reivindicarse su inagotable polisemia, se llegaría a un estadio de libertad absoluta en que sería posible decirlo todo, cualquier cosa, anything goes . Y sin embargo …

Eeeem... aquí se están mezclando churras con merinas. A ver:

La contracultura de los 60 y 70 NO fue un producto directo del posmodernismo filosófico. Más bien, fue un movimiento social y cultural popular que emergió de la protesta contra la guerra de Vietnam, la injusticia racial, el consumismo, y la rigidez moral de la posguerra. El posmodernismo filosófico, en cambio, fue un desarrollo mucho más académico, elitista y teórico, que en esos años florecía en universidades europeas mayormente (e incluso algunas estadounidenses) con pensadores como Foucault, Derrida, Lyotard, que trabajaban sobre análisis del lenguaje, el poder y las estructuras culturales, pero sin un impacto masivo inmediato en la calle. El posmodernismo es, sobre todo, occidental. Tal y como puedan serlo también el marxismo y por desgracia el fascismo y la frenología.

Sí, hubo cierta coincidencia temporal y alguna influencia mutua, pero no es correcto ni serio decir que la contracultura fue la “manifestación popular del posmodernismo” o que el movimiento punk o las provocaciones eran esencialmente posmodernas. Más bien, fueron respuestas rebeldes, con un carácter político claro y ancladas en realidades concretas, como la resistencia contra la guerra y la autoridad, no en juegos semióticos o deconstructivos. El posmodernismo llegó después para teorizar, analizar y criticar la modernidad desde la academia, mientras que la contracultura fue más bien la explosión social y cultural que expresaba el malestar de la época.

Por cierto: lo que también destila el último párrafo ¿no es un poco peligroso? Lo que se está insinuando aquí es, en realidad, bastante serio: que no hay ningún terreno firme desde el cual discutir o poner a prueba las afirmaciones. Pero todo puede (y debe) ser puesto en cuestión: ya sea mediante el método científico —que, por cierto, no es rechazado por el pensamiento posmoderno, aunque sí cuestionado en su pretendida objetividad y en su papel como único garante de verdad— o a través de la argumentación racional, basada en el lenguaje, que también tiene sus reglas.

👉¿No es eso, al fin y al cabo, lo que algunos llaman el “mercado libre de ideas”? La posibilidad de debatir, de contrastar perspectivas, de criticar incluso los marcos desde los que criticamos. Ese es el verdadero escepticismo, el que nos ha hecho desechar científicamente tanto cuentos de hadas como la astrología, mala ciencia soviética como la que se opuso a Nikolái Vavílov o puro racismo hecho ciencia como la frenología.

Sin embargo, sucedió justamente lo contrario. Al cabo de dos décadas un nuevo puritanismo –la corrección política– desencadenó una purga inquisitorial sobre el vocabulario; listas enteras de palabras quedaron proscritas, malditas, para ser sustituidas por una una orwelliana “Nuevalengua” destinada a blindar los dogmas del sistema. La risa pasó a contemplarse con desconfianza, en cuanto casi siempre es irrespetuosa, suele ser cruel y es además susceptible de ofender a alguna minoría. Por eso la risa pasó a enlatarse en las fórmulas previsibles y pasteurizadas de los guiñoles televisivos y del “entretenimiento informativo” (infotainment ). Las sofisticaciones posmodernas cedieron al paso a un furor moralista y justiciero que todo lo invadía y que no toleraba ambigüedades. La empresa positiva de unificación benéfica de la humanidad no tolera bromas fuera del guión: autocensura y vigilancia, todos somos pecadores.

Aquí todo bien, ¿no? Hablando de “purga inquisitorial” y de una “Nuevalengua orwelliana” como si la corrección política fuera un mal absoluto que impone censura masiva. Pero hay que distinguir bien las cosas. La censura auténtica, como la histórica lista Haines en la televisión norteamericana, sí existió: prohibían palabras y contenidos para no ofender al “público general” según criterios muy conservadores y muchas veces arbitrarios. Eso era censura, punto. Pero lo que hoy llamamos corrección política, en realidad, no es censura sino la negativa a tolerar discursos de odio y discriminación. No se trata de silenciar opiniones o pensamientos críticos, sino de no darle espacio social a la intolerancia y la violencia simbólica. No es cerrar bocas, sino establecer límites para que la convivencia sea posible. 

Ser intolerantes con la intolerancia no es censura; es una cuestión de justicia social y respeto básico a la dignidad de personas y grupos LQTBiQa+ y otras minorías. El lenguaje del odio no debe tener cabida en una sociedad que se dice democrática. Así que hablar de “purga” y “Nuevalengua” es confundir intencionadamente la legítima lucha contra la discriminación con un supuesto totalitarismo lingüístico. 

¿Cómo va a ser la risa “pasteurizada” y vigilada la que llaman woke o posmoderna? ¿Acaso no hemos visto suficientes sitcoms estadounidenses? Esa es una crítica demasiado simplista y un poco desconectada de la realidad histórica del humor en la televisión. Ese humor “neutro” del que hablan no es woke ni mucho menos progresista; más bien era el humor conservador, encorsetado en normas de la época, que apuntaba a mantener el orden social tradicional. Se regía por un sentido “familiar” que, lejos de ser inocente, actuaba como un filtro para evitar cuestionamientos profundos y para mantener en su sitio a “los sospechosos habituales”: minorías, disidentes, grupos marginados.

Este humor edulcorado no es producto de la corrección política moderna, sino un reflejo del control social previo, que limitaba la libertad de expresión a la comodidad del statu quo y la complacencia con estructuras opresivas. Lejos de promover un debate real o una crítica social, ese tipo de humor funcionaba para domesticar, para evitar que la gente se cuestionara lo esencial.

Por eso, atribuir este tipo de humor a un furor moralista y justiciero posmoderno es confundirse y olvidar que ese control del humor ya venía de mucho antes, desde una cultura televisiva bastante conservadora y rígida, nada que ver con la crítica progresista que intenta abrir espacios de diversidad y respeto.

¿Eso era, a fin de cuentas, la posmodernidad? Si en sus inicios ésta se presentaba como un horizonte de posibilidades infinitas, desde el punto de vista de las libertades concretas –libertad de pensar, libertad de disentir, libertad de crear, libertad de provocar– el experimento desembocó en todo lo contrario: en el Imperio del Bien (Philippe Muray) con sus devotos, sus capillas y sus “ligas de la Virtud”. Un monumental fiasco. Cabe por tanto preguntarse si la posmodernidad –que al fin y al cabo anunciaba el fin de los “grandes relatos”– no fue adulterada o traicionada, hasta ser reconducida hacia un nuevo/viejo “gran relato” progresista, biempensante y mundialista, nada cínico y mortalmente serio.

Vamos a dejar las tonterías de comparar el progresismo con una religión, ¡que ya cansa! Es la misma retórica vieja que usan los más retrógradas, esos mismos que se autodenominan “Alt-right en EEUU” y que se quejan de las “capillitas” progresistas como si el activismo por la justicia social fuera una secta. Lo que pasa es que no quieren perder privilegios ni que se cuestione su poder. Lo de “lo bienpensante” se usa como insulto para desacreditar cualquier postura que defienda la inclusión, como si eso fuera algo negativo. Pero pregunto yo: ¿no es mucho mejor tener una cultura que lucha contra el odio, que protege a las minorías y que pone límites claros al discurso de la intolerancia? ¿Desde cuándo defender la empatía, la diversidad y el respeto se volvió algo malo? ¿Y desde cuándo eso fue posmoderno, que no es más que una rama de la filosofía que se ocupa del conocimiento e indirectamente del problema de la demarcación? ¿También nos damos cuenta que la mayor parte de lo que en derecha se llaman "políticas identitarias" no tienen ninguna cabida en el posmodernismo más clásico igual que no lo tienen Marx y otras identidades como las nacionales?

Lo que el texto llama un “fiasco” es en realidad una batalla constante por expandir libertades reales, no una traición ni una vuelta a ningún “gran relato” dogmático (sobre todo si es posmodernismo) sino la lucha por una sociedad más justa, plural y humana.

Como final: Y por si queda alguna duda: el posmodernismo y el escepticismo científico no son enemigos. De hecho, comparten algo esencial: la desconfianza ante los relatos únicos, cerrados, que pretenden explicarlo todo.

👉 El escepticismo científico parte de la duda. No da nada por sentado, somete las ideas a revisión constante, y asume que el conocimiento siempre es provisional.

El posmodernismo, por su parte, invita a poner en cuestión los discursos dominantes. No para negar la realidad, sino para entender quién habla, desde dónde, y a quién beneficia esa "verdad".

Ambas posturas comparten una actitud crítica: la resistencia a aceptar verdades absolutas sin examen, ya sean científicas, políticas o culturales.

No se trata de relativismo sin brújula, sino de una conciencia más profunda de los límites del saber. De que incluso nuestras certezas están enmarcadas en contextos, intereses y perspectivas.

En el fondo, no hay tanto abismo entre ambos enfoques. Solo distintas maneras de hacerse una misma pregunta:

¿cómo es que sabemos lo que creemos saber?

Y sin más aquí tenéis mi problemática y deconstrucción al articulete de marras. Un abrazo a todas, todos y todes.

Edit: en artículos no sé cómo poner etiquetas, voy a ponerlas como hargstags...

#Posmodernismo #Crítica #Conocimiento #Problematización #Woke #Progresdemierda #regres

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Renuncias

Si la derecha ha renunciado a la nación, y la izquierda ha renunciado al pueblo, sólo quedan las minorías identitarias, atomizadas, cada cual con la bandera de su propia tontería, justo antes de que la conviertan en pin, en taza o en gorra, a mayor gloria de los neoliberales y su mercado omnipresente.

Daria Izdraila

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Ética del trabajo

Si no puedes, te ayudamos; si no sabes, te enseñamos; si no quieres, te obligamos. 

Movimiento Obrero Soviético

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¿Una nueva lucha de clases?

¿Una nueva lucha de clases? Esa es una tesitura en la que la izquierda ni está ni se la espera. ¿Qué hace, hoy por hoy, la izquierda culturalmente hegemónica? Embargada por la ideología arco iris y el multiculturalismo Benetton, la izquierda celebra la “diversidad”, reivindica las minorías sexuales, radicaliza el feminismo, aboga por las fronteras abiertas, reescribe el pasado (la “memoria histórica”) y persevera en su épico combate contra la “sociedad heteropatriarcal”, contra la Iglesia que nos oprime y el fascismo que nos amenaza .

Claro que siempre habrá alguien que diga que todos estos temas son el sonajero que el capitalismo ha vendido a la izquierda, para mantenerla entretenida y tranquila. Pero también cabe pensar lo contrario: que la izquierda no necesita ayudas para equivocarse y que todos estos temas proceden de la propia izquierda; más en concreto: de la izquierda posmoderna , la gran encargada de suministrar al capitalismo los liftings ideológicos de temporada.

Jean Claude Michea

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La desviación política

Vivimos bajo el poder censor de “las minorías”.

Lo que también responde a la lógica neoliberal. Cuando éstas desvían el epicentro de la contestación social a la lucha contra el racismo, el heteropatriarcado y la moral sexual tradicional –es decir, contra la “punición de los cuerpos”– los nuevos movimientos sociales contribuyen a desactivar la lucha contra las desigualdades sociales.

De esta forma el Estado-providencia mutó en Estado-neoliberal, la lucha contra la exclusión pasó a sustituir a la lucha contra la explotación, y la protección de las “minorías” pasó a sustituir a la protección de los trabajadores.

Maxime Ouellet

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El fiasco posmoderno

Es bien sabido que, desde un punto de vista filosófico, la posmodernidad irrumpió como la muerte de los llamados “grandes relatos”: las construcciones ideológicas que suministraban explicaciones omnicomprensivas de la realidad: las religiones, el patriotismo, el marxismo, el progresismo, etc. Todas estas construcciones ideológicas eran, huelga decirlo, mortalmente serias . A partir de los años setenta del pasado siglo la posmodernidad introdujo un elemento de juego, de aleatoriedad y de cinismo en un mundo en el que la Verdad había implotado, y en el que los metarrelatos daban paso a una miríada de microrrelatos, todos ellos tan válidos como irrelevantes. Conviene tener presente que la posmodernidad filosófica se define, ante todo y por encima de todo, por los juegos de lenguaje . Desde sus presupuestos casi todo se reconduce a una cuestión de semiótica , al libre juego entre el significante y el significado , a la desacralización del lenguaje, que se ve expuesto como envoltura retórica con infinitos niveles de lectura. Nada hay, por tanto, que pueda salvarse de la quema: todo es susceptible de ser deconstruido en inacabables juegos lingüísticos con un horizonte de autonomía absoluta desde el momento en que ninguno de ellos remite a una realidad trascendente .

Toda esta cocción deconstruccionista –cuyas cabezas pensantes serían conocidas en América como la “french theory”– pasaría a proporcionar, en los años setenta, cierta credencial teórica al vendaval de gamberradas y de provocaciones que pasó a alojarse bajo el nombre de contracultura . Tomando el relevo de los situacionistas de los años 1950 y 60 (que estaban todavía lastrados de utopismo marxista) los “jóvenes airados” de la posmodernidad se alzaban sobre la quiebra del sistema valorativo burgués, al tiempo que cabalgaban las angustias e incertidumbres de la nueva sociedad posindustrial. En cierto modo estos jóvenes representaban la inversión nihilista y sarcástica del activismo progresista de 1968. Con la llegada de la posmodernidad, los dogmatismos ideológicos cedían el paso a una época en la que los punk se adornaban con esvásticas (corte de mangas al establishment de la Segunda Guerra Mundial), en la que las bandas de rock tenían nombres fascistas o anarquistas –Joy Division , New Order , Durruti Column –, en la que el “sex pistol” Sid Vicious disparaba sobre el público en un concierto y en la que el rockero Alice Cooper anunciaba que iba a colgar a un enano en el escenario. Provocaciones que hoy serían imposibles, pero que entonces a nadie se le ocurría tomar demasiado en serio. Al fin y al cabo, todo era una gigantesca broma –los punk eran compulsivos bromistas (pranksters )–, una distorsión irónica entre significantes y significados. Siguiendo la semiótica posmoderna todo parecía indicar que, al negarse la univocidad y la objetividad del lenguaje, al reivindicarse su inagotable polisemia, se llegaría a un estadio de libertad absoluta en que sería posible decirlo todo, cualquier cosa, anything goes . Y sin embargo …

Sin embargo, sucedió justamente lo contrario. Al cabo de dos décadas un nuevo puritanismo –la corrección política– desencadenó una purga inquisitorial sobre el vocabulario; listas enteras de palabras quedaron proscritas, malditas, para ser sustituidas por una una orwelliana “Nuevalengua” destinada a blindar los dogmas del sistema. La risa pasó a contemplarse con desconfianza, en cuanto casi siempre es irrespetuosa, suele ser cruel y es además susceptible de ofender a alguna minoría. Por eso la risa pasó a enlatarse en las fórmulas previsibles y pasteurizadas de los guiñoles televisivos y del “entretenimiento informativo” (infotainment ). Las sofisticaciones posmodernas cedieron al paso a un furor moralista y justiciero que todo lo invadía y que no toleraba ambigüedades. La empresa positiva de unificación benéfica de la humanidad no tolera bromas fuera del guión: autocensura y vigilancia, todos somos pecadores.

¿Eso era, a fin de cuentas, la posmodernidad? Si en sus inicios ésta se presentaba como un horizonte de posibilidades infinitas, desde el punto de vista de las libertades concretas –libertad de pensar, libertad de disentir, libertad de crear, libertad de provocar– el experimento desembocó en todo lo contrario: en el Imperio del Bien (Philippe Muray) con sus devotos, sus capillas y sus “ligas de la Virtud”. Un monumental fiasco. Cabe por tanto preguntarse si la posmodernidad –que al fin y al cabo anunciaba el fin de los “grandes relatos”– no fue adulterada o traicionada, hasta ser reconducida hacia un nuevo/viejo “gran relato” progresista, biempensante y mundialista, nada cínico y mortalmente serio.

Adriano Erriguel

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El tiempo de los asesinos - Henry Miller (1956)

Y los tontos hablan de reparaciones, inquisiciones, retribución, de alineamientos y coaliciones, de comercio libre, estabilización económica y rehabilitación. Nadie cree, en el fondo de su corazón, que la situación mundial tenga arreglo. Todo el mundo espera el gran acontecimiento, lo único que nos preocupa día y noche: la próxima guerra. Todo lo hemos trastocado y nadie sabe dónde ni cómo hallar la llave del control. Los frenos están todavía allí, pero ¿funcionan? Sabemos que no. El demonio está en libertad. La edad de la electricidad ha quedado tan atrás en el tiempo como la edad de piedra . Esta es la edad del poder, puro y simple. Se trata ahora del cielo o el infierno; ya no hay alternativa; y según todos los indicios, elegiremos el infierno.

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Mayo del 68...

Ahora los periodistas de todo el mundo

Os lamen el culo. Yo no, queridos

Tenéis caras de hijos de papá

Os odio como odio a vuestros padres (… )

Cuando ayer en Valle Giulia os pegasteis

Con los policías

¡Yo simpatizaba con los policías!

Porque los policías son hijos de pobres

PIER PAOLO PASOLINI

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Una manera de medir a la gente

La personas superiores hablan de ideas.

Las personas medianas hablan de hechos.

Las personas inferiores hablan de otras personas.

Ernst Jünger. La emboscadura.

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