
Si no puedes, te ayudamos; si no sabes, te enseñamos; si no quieres, te obligamos.
Movimiento Obrero Soviético
¿Pero quién hace más mal,
aunque cualquiera mal haga?
¿La que peca por la paga
o el que paga por pecar?
Sor Juana Inés de la Cruz
Antes, eras antisemita cuando odiabas a los judíos. Ahora eres antisemita cuando los judíos te odian a ti.
Hace mucho tiempo, en una clase de Lengua, aprendí la definición de metáfora, que era más o menos así:
Una metáfora es una figura retórica que describe un objeto o una acción de un modo que no es literal, pero que ayuda a explicar una idea o a establecer una comparación. […] Las metáforas se utilizan en la poesía, la literatura y siempre que alguien quiere adornar un poco su vocabulario.
Mi profesor de Lengua nos dio ejemplos de metáforas, incluidos los versos más famosos de Shakespeare. «¿Qué luz alumbra aquella ventana? / Es el este, y Julieta es el sol». O «La vida es una sombra que camina, un mal actor / que en escena se inquieta y contonea / y nunca más se le oye». Y así sucesivamente. Me quedé con la idea de que la metáfora se utilizaba sobre todo para condimentar lo que, sin ella, podría ser anodino.
Muchos años después, leí el libro Metáforas de la vida cotidiana, escrito por el lingüista George Lakoff y el filósofo Mark Johnson. Mi anterior concepción de la metáfora sufrió un vuelco (si me perdonan la metáfora). La tesis de Lakoff y Johnson es que nuestro lenguaje cotidiano no solo está repleto de metáforas que suelen sernos invisibles, sino que nuestra comprensión de básicamente todos los conceptos abstractos se basa en metáforas derivadas de conocimientos físicos básicos. Lakoff y Johnson aportan pruebas de su tesis en forma de una amplia colección de ejemplos lingüísticos, que demuestran cómo conceptualizamos conceptos abstractos como tiempo, amor, tristeza, ira y pobreza usando términos de conceptos físicos concretos.
Por ejemplo, Lakoff y Johnson señalan que hablamos del concepto abstracto de tiempo con términos que se aplican al concepto más concreto de dinero. «Gastamos» o «ahorramos» tiempo. A menudo «no podemos desperdiciar el tiempo». A veces el tiempo que gastamos «vale la pena» y hemos «utilizado el tiempo de forma provechosa». Quizá conocemos a alguien que tiene «los días contados».
Del mismo modo, conceptualizamos estados emocionales como la felicidad y la tristeza en forma de direcciones físicas, hacia arriba y hacia abajo. Podemos «sentirnos hundidos» y «caer en una depresión». Nuestro estado de ánimo puede «caer a toda velocidad». Nuestros amigos suelen «levantarnos el ánimo» y nos dejan con «la moral alta».
Si vamos más allá, solemos conceptualizar las relaciones sociales en términos de temperatura física. «Me dieron una cálida bienvenida». «Me miró con frialdad». «Me trató fríamente». Estas expresiones están tan asentadas que no nos damos cuenta de que estamos hablando en lenguaje metafórico. La afirmación de Lakoff y Johnson de que estas metáforas revelan la base física de nuestra comprensión de los conceptos apoya la teoría de Lawrence Barsalou de que comprendemos mediante la simulación de modelos mentales construidos a partir de nuestro conocimiento básico.
Los psicólogos han investigado estas ideas a través de muchos experimentos fascinantes. Un grupo de científicos observó que la zona del cerebro que se activa cuando una persona piensa en el calor físico parece ser la misma que cuando piensa en el calor social. Para investigar las posibles consecuencias psicológicas, los investigadores llevaron a cabo un experimento con un grupo de sujetos voluntarios. Cada sujeto hizo un corto viaje en ascensor, acompañado por un miembro del equipo, hasta el laboratorio de psicología. Durante el trayecto, el miembro del laboratorio pedía al sujeto que sostuviera una taza de café caliente o helado «durante unos segundos» mientras él escribía el nombre de esa persona. Los sujetos no sabían que eso formaba parte del experimento. En el laboratorio, cada sujeto leía una breve descripción de una persona ficticia y se le pedía que valorara varios rasgos de su personalidad. Los que habían sostenido el café caliente en el ascensor consideraron a la persona de ficción mucho «más cálida» que los que habían sostenido el café helado.
Otros investigadores han obtenido resultados similares. Además, esta vinculación entre «temperatura» física y social también parece existir a la inversa: otros psicólogos han descubierto que las experiencias sociales «cálidas» o «frías» hacen que los sujetos sientan más calor o frío físico.
Aunque estos experimentos e interpretaciones siguen siendo objeto de controversia en el mundo de la psicología, se puede interpretar que los resultados respaldan las teorías de Barsalou y de Lakoff y Johnson: entendemos conceptos abstractos en términos de conocimientos físicos básicos. Si se activa mentalmente el concepto de calidez en sentido físico (por ejemplo, al sostener una taza de café caliente), se activa también el concepto de calidez en sentido más abstracto y metafórico, como al juzgar la personalidad de alguien, y viceversa.
Es difícil hablar de comprensión sin hablar de conciencia. Cuando empecé a escribir este libro, tenía pensado evitar por completo la cuestión de la conciencia, porque está llena de problemas científicos. Pero he decidido que me voy a permitir especular un poco. Si nuestra comprensión de conceptos y situaciones consiste en realizar simulaciones utilizando modelos mentales, quizá el fenómeno de la conciencia —y toda nuestra concepción del yo— proviene de nuestra capacidad para construir y simular modelos de nuestros propios modelos mentales. No solo puedo simular mentalmente, por ejemplo, el acto de cruzar la calle mientras hablo por teléfono, sino que puedo simularme mentalmente a mí misma pensándolo y puedo predecir lo que quizá voy a pensar a continuación. Tengo un modelo de mi propio modelo. Modelos de modelos, simulaciones de simulaciones: ¿por qué no? Y así como la percepción física del calor, por ejemplo, activa una percepción metafórica del calor y viceversa, nuestros conceptos relacionados con las sensaciones físicas pueden activar el concepto abstracto del yo, que se retroalimenta a través del sistema nervioso para producir una percepción física del yo, o de la conciencia, si se prefiere. Esta causalidad circular es similar a lo que Douglas Hofstadter llamaba el «extraño bucle» de la conciencia, «en el que los niveles simbólico y físico se retroalimentan mutuamente y vuelven la causalidad del revés, de forma que parece que los símbolos tienen libre albedrío y han adquirido la capacidad paradójica de mover las partículas, en lugar de lo contrario».
Inteligencia artificial. Melanie Mitchell.
Te voy a revelar algo que te va a sorprender. En los días de mi propio poder tuve una vez una comida en el Elysée; enfrente de mí tenía a un profesor francés de sociología. Tras el discurso de Giscard d’Estaing me contó que un par de alumnos suyos durante la campaña electoral habían colgado los carteles con los retratos de Giscard y Mitterrand en un pueblo rural retrasado de Tailandia. El pueblo de ahí no había oído nunca hablar de ellos y nadie sabía leer lo que ponía en los carteles. El día de las elecciones presidenciales los dejaron votar, ¿y qué crees que ocurrió? El resultado coincidió exactamente con el de Francia. Eso entonces nos hizo reír, el profesor lo consideró un buen chiste y no creo que jamás se haya atrevido a sacar la terrible consecuencia que de ello se deduce.
El descubrimiento del cielo. Harry Mulisch
—Vive como si cada día de tu vida fuera el último.
Si viviera así, ya hace tiempo que estaría en la cárcel...
Feindesland. Cada tela teje su araña.
La necesidad de destruir es aún más poderosa que el deseo de construir… ¿Para cuántos de nosotros, la revolución, antes de ser una obra de transformación social, es primeramente la oportunidad de saciar una necesidad de venganza, la cual encontraría una satisfacción embriagadora en la revuelta, en el motín, en la guerra civil, en la conquista brutal del poder? ¡Qué delirio de represalias el día en que, gracias a una victoria bien sangrienta, pudiéramos imponer a nuestra vez nuestra tiranía: la tiranía de «nuestra» justicia!
Los Thibault. Martin Du Garde
El tiempo se hunde en decadencia
como una vela consumida,
y a las montañas y bosques
les llega el día, les llega el día;
pero tú, amable turbamulta antigua
de los estados del ánimo nacidos del fuego,
tú no desapareces.1
(1893) Willian B. Yeats
[Time drops in decay | Like a candle burnt out, | And the mountains and woods | Have their
day, have their day; | But, kindly old rout | Of the fireborn moods, | You pass not away].
Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty en un tono desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.
– La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
– La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda… Eso es todo.
A través del Espejo. Lewis Carroll
Microbio
No hay vida después de la muerte para nosotros. Nuestros cuerpos se
descomponen al morir, y los microbios que viven en nuestro interior se
trasladan a lugares mejores. Esto puede llevarte a pensar que Dios no
existe, pero te equivocas. Es simplemente que Él no sabe que existimos.
No nos conoce porque estamos en la escala espacial equivocada. Dios es
del tamaño de una bacteria. Dios creó la vida a su imagen y semejanza;
sus congregaciones son los microbios. La guerra crónica por el territorio
del huésped, la política de la simbiosis y la infección, el predominio de
las cepas: éste es el tablero de ajedrez de Dios, donde el bien se enfrenta
al mal en el campo de batalla de las proteínas de superficie y la
inmunidad y la resistencia. Nuestra presencia en este escenario es algo
así como una anomalía. Dado que nosotros, el fondo sobre el que viven,
no dañamos los patrones de vida de los microbios, pasamos
desapercibidos. No hemos sido seleccionados por la evolución ni
captados por el radar microbiano. Dios y sus componentes microbianos
no son conscientes de la rica vida social que hemos desarrollado, de
nuestras ciudades, circos y guerras; son tan ajenos a nuestro nivel de
interacción como nosotros al suyo. Nuestra muerte pasa desapercibida y
no es observada por los microbios, que se limitan a redistribuirse en
otras fuentes de alimento. Así que, aunque se supone que somos la
cúspide de la evolución, no somos más que el sustrato nutricional.
Tenemos un gran poder para cambiar el curso de su mundo. Imagina
que eliges comer en un determinado restaurante, donde pasas
voluntariamente un microbio de tus dedos al salero a la siguiente
persona sentada a la mesa, que por casualidad embarca en un vuelo
internacional y transporta el microbio a Túnez. Para los microbios, que
han perdido a un miembro de su familia, éstas son las formas
desconcertantes y a menudo crueles en que funciona el universo. Buscan
respuestas en Dios. Dios atribuye estos acontecimientos a fluctuaciones
estadísticas sobre las que no tiene control ni comprensión.
DAVID EAGLEMAN
menéame