Aunque, por lo general, los síntomas que provocan los edificios enfermos son menos llamativos, como enrojecimiento de los ojos, picor, obstrucción nasal, sequedad en la garganta, irritabilidad o dificultades de concentración. Pese a ser muy dispares, todas estas molestias tienen en común que desaparecen al poco tiempo de abandonar el edificio -una vez concluida la jornada laboral- y afectan al menos al 20% de la plantilla.