Hace 14 años | Por Tomaydaca a elconfidencial.com
Publicado hace 14 años por Tomaydaca a elconfidencial.com

De la Iglesia se sacó un conejo de la chistera que tenía un parecido razonable con Pedro Almodóvar, quien apareció por sorpresa a última hora de la noche para salvar definitivamente la gala. Vino el señor Almodóvar desde las tinieblas a ungir de honores y laureles a Celda 211 (consulte el palmarés), coronada ayer con todo merecimiento como mejor película del año, y a dar una lección de modestia

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Tomaydaca

Un 'conejo' venido de La Mancha

Después de llenar la gala de un humor gamberro que se agradece, de dotar a esa retahíla infumable de candidaturas y discursos latosos de un ritmo medianamente solvente y de añadir al divertimento algún detalle grandilocuente de devoción cinéfila, la misma que destilan sus obras, De la Iglesia se sacó un conejo de la chistera que tenía un parecido razonable con Pedro Almodóvar, quien apareció por sorpresa a última hora de la noche para salvar definitivamente la gala.
Vino el señor Almodóvar desde las tinieblas a ungir de honores y laureles a Celda 211 (consulte el palmarés), coronada ayer con todo merecimiento como mejor película del año, y a dar una lección de modestia -que, por cierto, no le sobra- a un auditorio que primero enmudeció, perplejo ante la presencia del fantasma, para después ponerse en pie y reconocer así, unánimemente, el gesto reconciliador de un señor tiroteado hasta el escarnio y la humillación pública por sus propios compañeros. La farsa tuvo su efecto. El cine es un poco eso: un buen final siempre salva una película mediocre.

Almodóvar fue ayer el gran triunfador de los Goya (vea su discurso), a pesar de que sus compañeros volvieron a dar la espalda a una de sus criaturas, Los abrazos rotos, una película fallida e imperfecta, en la que, sin embargo, hay quizá mejor cine que en la mayoría de las cintas que anoche se llevaron el gato al agua. Entre las afortunadas, destacaron fundamentalmente dos: Celda 211 -ocho premios- y Ágora siete. Pero eso ya se sabía desde hace alrededor de cuatro meses, de ahí que el presidente de la Academia echara mano de su chistera, sabedor de que la previsibilidad habitual de estos premios es sin duda el camino más corto hacia el fracaso.