Hace 12 años | Por --275463-- a cultura.elpais.com
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Cavar con el pico y la pala, abrirse paso a machetazos por la espesura o aventurarse por senderos de cabras ya no es la receta obligada para los hallazgos arqueológicos; en ocasiones, ni hace falta moverse del despacho. El arqueólogo de salacot, pantalones y camisa caqui arrodillado en el fondo de una excavación comparte el escenario con el investigador sentado frente a su ordenador, que interpreta en la pantalla las pistas sobre tesoros ocultos suministradas por satélites, radares y otros complejos artilugios.