Las hembras de los primeros homínidos tenían una disposición permanente al sexo. Al contrario que otros primates, como los chimpancés o los gorilas, estos antepasados nuestros, al igual que nosotros, no tenían periodos concretos de celo. Si así fuera, las hembras sólo estarían receptivas para la procreación un mes cada cuatro años, el tiempo necesario para parir y destetar una cría.