Ahora que la olla a presión ha saltado por los aires, hemos sido conscientes de nuestra gran ingenuidad. Gestores enfangados hasta el cuello en inversiones irresponsables, amiguismo, desmadre y descontrol. Indemnizaciones millonarias para sí mismos, sueldazos de escándalo y pensiones vitalicias que ni un jeque de Qatar. Y, sobrevolando el espectáculo, la soberbia de pensar que los demás somos imbéciles.