En 2003 un periodista de ‘The New York Times’ inventó alguna de sus historias publicadas en el diario que a posteriori fue descubierta por sus compañeros y supuso un escándalo para la credibilidad del periódico neoyorquino. Por ello, se creó la figura del defensor del lector con el fin de evitar este tipo de fraudes informativos y que progresivamente fueron incorporando los demás tabloides internacionales.