Corría el mes de julio de 1796 y Europa era un hervidero. Napoleón Bonaparte ganaba sus primeras batallas en Italia y la revolución irrumpía por doquier, arrumbando viejas costumbres y maneras. Por si fuese poco, un médico inglés llamado Edward Jenner estaba cometiendo lo que parecía una monstruosidad: transmitir deliberadamente la terrible enfermedad de la viruela a un niño de ocho años. Tomó un poco de supuración de las pústulas de un enfermo y raspó en la piel del muchacho.
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De esto no me acordaba: La viruela bovina se llama vaccinia en latín, así que Jenner acuñó la palabra «vacunación» para describir su método