Entre otras historias, cuentan nuestros mayores que antiguamente las centollas y las nécoras no eran especies muy apreciadas, apenas se les daba importancia. Se usaban sobre todo para abonar los campos. El mar arrojaba periódicamente a la playa cantidades suficientes para llenar cestos y cestos sin mayor problema, tal era su abundancia. Y por supuesto se les consideraba comida de pobres. Al principio estos testimonios nos suenan a batallita del abuelo. Sin embargo, basta comprobar como coinciden con los de gentes de diverso tipo y condición...
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